(Manitowoc,
Estados Unidos, 1857 - Menlo Park, id., 1929) Economista y sociólogo
estadounidense. Thorstein Veblen se licenció en filosofía por la Universidad
Johns Hopkins y se doctoró por la de Yale. Sin poder encontrar trabajo como
profesor, se matriculó de nuevo en la Universidad de Cornell, donde conoció a
J. L. Laughlin, quien le invitó a ingresar en el departamento de economía de la
recién creada Universidad de Chicago.
En
1899 apareció su obra más famosa, La teoría de la clase ociosa, en la que
Veblen analizó la estructura económica de su época desde la óptica del evolucionismo
de Darwin y Herbert Spencer, y criticó mordazmente la ostentación que de su
estatus social hacían constante gala las clases más favorecidas. Profundizó en
el análisis del contraste entre la racionalidad del proceso productivo
industrial y la irracionalidad en el ámbito de las decisiones financieras en la
obra Teoría de la empresa económica (1904). Por su énfasis en los usos y
costumbres sociales como fenómenos explicativos de la actividad económica, se
le considera el fundador de la corriente institucionalista del pensamiento
económico.
LA
VIGENCIA DE VEBLEN
Si se
preguntara a los miembros de la profesión por el economista norteamericano más
sobresaliente del periodo que discurre entre finales del siglo XIX y el primer tercio
del siglo XX, la mayoría citaría probablemente a Irving Fisher (1867- 1947) por
sus trabajos en teoría monetaria, o quizá a John Bates Clark (1847- 1938) por
sus aportaciones a la teoría de la productividad marginal. Pero ambos no fueron
más que brillantes continuadores en Estados Unidos del marginalismo europeo.
Thorstein Veblen (1857-1929), sin embargo, impulsó una nueva corriente de
pensamiento genuinamente americana, la del institucionalismo, y mostró una gran
originalidad en sus planteamientos.
La
razón de por qué no ha llegado a ser tan valorado como debiera es quizá por su
perfil atípico, que no se adapta bien al del economista al uso, pues sus inquietudes
intelectuales fueron muy vastas, desde la antropología a la biología, pasando
por la sociología, la propia economía, la ciencia política, la historia, la filosofía
y la entonces naciente psicología. Y todo ello lo intentó plasmar de algún modo
en una obra poliédrica, que además pretendió romper completamente con la
corriente principal del pensamiento económico, representada por el marginalismo
y la escuela neoclásica. Los propósitos de Veblen eran, por tanto, ambiciosos
en exceso, y los resultados obtenidos fueron lógicamente dispares: entre lo
deslumbrante y lo esclarecedor por un lado, y lo confuso, lo vago y lo contradictorio
por otro.
THORSTEIN VEBLEN, EL
INCLASIFICABLE
José
Luis Ramos Gorostiza1
Universidad
Complutense de Madrid
LA
VIGENCIA DE VEBLEN
Si se
preguntara a los miembros de la profesión por el economista norteamericano más
sobresaliente del periodo que discurre entre finales del siglo XIX y el primer tercio
del siglo XX, la mayoría citaría probablemente a Irving Fisher (1867- 1947) por
sus trabajos en teoría monetaria, o quizá a John Bates Clark (1847- 1938) por
sus aportaciones a la teoría de la productividad marginal. Pero ambos no fueron
más que brillantes continuadores en Estados Unidos del marginalismo europeo.
Thorstein Veblen (1857-1929), sin embargo, impulsó una nueva corriente de
pensamiento genuinamente americana, la del institucionalismo, y mostró una gran
originalidad en sus planteamientos.
La
razón de por qué no ha llegado a ser tan valorado como debiera es quizá por su
perfil atípico, que no se adapta bien al del economista al uso, pues sus inquietudes
intelectuales fueron muy vastas, desde la antropología a la biología, pasando
por la sociología, la propia economía, la ciencia política, la historia, la filosofía
y la entonces naciente psicología. Y todo ello lo intentó plasmar de algún modo
en una obra poliédrica, que además pretendió romper completamente con la
corriente principal del pensamiento económico, representada por el marginalismo
y la escuela neoclásica. Los propósitos de Veblen eran, por tanto, ambiciosos
en exceso, y los resultados obtenidos fueron lógicamente dispares: entre lo
deslumbrante y lo esclarecedor por un lado, y lo confuso, lo vago y lo contradictorio
por otro.
En
cualquier caso, si bien es cierto que no consiguió construir un cuerpo teórico
sistemático y que ello pudo restar cohesión y coherencia a la escuela del institucionalismo
americano, su legado fue extraordinariamente valioso, porque dejó un reguero de
sugerentes intuiciones que abrieron múltiples caminos para la investigación
posterior en campos muy distintos, como la economía evolucionista, el estudio
de las instituciones o la sociología económica. Además, en sus críticas
metodológicas a la ortodoxia neoclásica planteó incisivos interrogantes que
mantienen aún en muchos casos su vigor.
ESPÍRITU LIBRE Y FORMACIÓN
ECLÉCTICA: LA VIDA DE UN
INCONFORMISTA
Veblen
siempre fue un inconformista radical y un hombre atípico y heterodoxo, al
margen de toda convención social. Ya desde pequeño demostró una notable brillantez
y una clara actitud crítica frente a lo que le rodeaba, lo que parecía augurarle
un futuro prometedor en el terreno intelectual. Pero su carrera como profesor
universitario podría calificarse de fracaso, pues nunca fue capaz de asegurarse
un puesto estable y de cierto nivel (no pasó de profesor auxiliar mal pagado),
y tampoco llegó a alcanzar ni de lejos el reconocimiento académico y profesional
de figuras de la economía americana como Seligman, Taussig y Ely, o los ya
citados Clark y Fisher. No obstante, con el tiempo –gracias a su afilada pluma
y su capacidad para escandalizar– sí llegaría a convertirse en el crítico económico
y social más popular de su época.
De una
familia de origen noruego, fue el sexto hijo de doce hermanos y nació en una
próspera granja de Wisconsin en 1857. Tras formarse en un centro confesional de
Minnesota –el Carleton College– donde tuvo como profesor a un joven J. B.
Clark, estudió primero en la universidad Johns Hopkins con el filósofo de la
escuela pragmática Charles Sanders Peirce, y luego en la universidad de
Yale,
donde se vio bastante influido por las doctrinas de Darwin y Spencer y por el
darwinista social William Graham Sumner, obteniendo un doctorado en filosofía
en 1884. Sin embargo, no logró un puesto docente y hubo de regresar a la granja
familiar, dedicándose a una lectura voraz y ecléctica de la literatura de
ciencias sociales durante siete largos años.
En
1891 volvió de nuevo a ingresar como simple estudiante graduado en la
universidad de Cornell, y allí atrajo la atención de J. L. Laughlin. Cuando
éste se convirtió en jefe del departamento de economía de la joven universidad
de Chicago –que había sido levantada en
1890 gracias a una generosa donación de J. D. Rockefeller–, contrató a Veblen
como ayudante, quien además pasó
a
dirigir el recién creado Journal of Political Economy. Estos años de Chicago fueron
especialmente fructíferos, pues allí conoció al gran filósofo John Dewey y de
esa época datan también sus dos obras principales: la celebérrima Teoría de la
clase ociosa (1899) y la –en su tiempo– controvertida Teoría de la empresa de negocios
(1904). Además, fue precisamente en Chicago cuando tuteló a quien llegaría a
ser uno de sus más distinguidos discípulos, Wesley C. Mitchell, pese a que
Veblen nunca tuvo fama de buen profesor.
Pero
en 1906, debido a sus constantes líos de faldas, su absoluta falta de
adecuación a los cánones sociales de la época, y su crítica despiadada a los grandes
hombres de negocios, hubo de abandonar la pujante universidad de Chicago tras
catorce intensos años. Inició entonces un peregrinaje, sin encajar nunca del
todo en ningún sitio, que le llevaría primero a la de Stanford, luego a la de
Missouri (por mediación de Davenport, antiguo compañero de Chicago), y por
último –tras un breve cargo administrativo en Washington durante la Primera Guerra
Mundial– a la New School for Social Research de Nueva York. En estos años
escribió también numerosos artículos y otros libros de interés, como La enseñanza
superior en América (1918) o Los ingenieros y el sistema de precios (1921). En
todo caso, la marca distintiva del estilo vebleniano fue un lenguaje casi
siempre claro, penetrante y desenvuelto, a menudo irónico y luminoso, y sólo en
contadas ocasiones demasiado erudito y espeso. Lo que quizá llama más la
atención de sus escritos es la capacidad para ver de forma novedosa hechos habituales,
desentrañando nuevos significados a lo acostumbrado.
Envejecido,
solo y con poco dinero, Veblen se retiró a California en 1927, donde moriría en
agosto de 1929, justo antes del crac de Wall Street que desencadenaría la Gran
Depresión, y que sin duda le habría reafirmado en sus feroces críticas a los
excesos del capitalismo financiero de la época.
EL CONSUMO OSTENSIBLE DE LA
CLASE OCIOSA Y LA CRÍTICA A
LOS CAPITANES DE INDUSTRIA
Antes
de pasar a examinar los argumentos del texto que se presenta a continuación,
vale la pena detenerse –siquiera muy brevemente– en las tesis fundamentales que
Veblen planteaba en sus dos libros más importantes.
En su
obra más ampliamente difundida y aún hoy bastante leída, la Teoría de la clase
ociosa (1899), Veblen se alejaba de la concepción utilitarista del comportamiento
humano y de su correspondiente visión del consumo, haciendo uso –entre otras–
de referencias históricas, antropológicas y sociológicas. Para él, la simple
emulación era uno de los motivos más poderosos que impulsaban a ganar dinero,
más que el deseo de satisfacer las necesidades de la vida. Y la forma de
emulación más común entre las clases acomodadas de la época era el consumo
ostensible de cosas superfluas, de un modo derrochador: era una manera de
demostrar el éxito pecuniario y contribuía a alimentar la buena reputación y la
estima social de quien lo llevaba a cabo. Por otra parte, del mismo modo que
ocurría con el consumo ostensible –derroche de bienes–, el ocio ostensible
–derroche de tiempo– era igualmente una forma de transmitir a la sociedad el
triunfo económico de uno mismo, un signo de respetabilidad y honorabilidad
personal.
Esta
idea también la apunta Veblen de algún modo hacia el final del texto que aquí
presentamos, cuando señala que los hombres de negocios aspiran a acumular
riqueza muy por encima de lo que podrían efectivamente consumir, buscando el
respecto y la consideración social. Veblen subraya además que dicho
comportamiento no resulta en absoluto explicable desde la perspectiva del cálculo
hedonístico racional, que deja fuera todo tipo de aspectos institucionales (convenciones
sociales, hábitos de pensamiento, etc.).
Su
otra gran obra, la Teoría de la empresa de negocios (1904), está escrita justo
cuando magnates como J. P. Morgan o Rockefeller dominaban la escena, durante el
periodo dorado de expansión y crecimiento de la gran empresa moderna
norteamericana, en la que se había producido el divorcio entre dirección y
propiedad, y entre "negocio" y proceso productivo real.
Pues
bien, en dicha obra Veblen lanzaba un ataque furibundo precisamente contra los
grandes empresarios, financieros y capitanes de industria. Mantenía la tesis de
que éstos no cumplían función productiva alguna, sino que parasitaban la
actividad de otros, "saboteando" de alguna manera la eficiencia del
proceso productivo para obtener sus beneficios (ya fuera obstruyendo,
retardando o distorsionando el funcionamiento del sistema). Es decir, el
beneficio empresarial implicaba una pérdida neta para la sociedad en su
conjunto.
Y es
que Veblen –de modo un tanto impreciso– hacía una distinción tajante entre lo
físico y lo pecuniario, entre fabricar bienes y ganar dinero, o entre producción
–ligada a lo técnico y lo ingenieril– y especulación –asociada a lo comercial y
lo financiero–: la cuestión era que en los tiempos modernos lo pecuniario
primaba sobre lo físico y el absoluto protagonista de la producción había
llegado a ser el hombre de negocios "parásito", cuyas ganancias
estaban relacionadas no con el bienestar de la comunidad, sino con el
aprovechamiento de las frecuentes perturbaciones que se producían en el sistema
(pues los ciclos eran endógenos al capitalismo) o que él mismo contribuía a
generar con sus estratagemas interesadas (alimentando la inestabilidad y la
incertidumbre).
En
este mismo sentido, los hombres de negocios –a través de manipulaciones e
interferencias– tendían por ejemplo a obstaculizar el progreso técnico o a entorpecer
la introducción de innovaciones, y a veces incluso impedían –o promovían– por
pura conveniencia personal la formación de concentraciones industriales, aunque
éstas vinieran aconsejadas –o desaconsejadas– por el propio "estado de las
artes". Además, la mayoría de ellos tenía cierto poder de fijación de
precios y hacía uso de la publicidad para reforzar sus posiciones de mercado y
mejorar así sus ganancias; es decir, los capitanes de industria restringían la
producción a través de su poder monopolístico para aumentar sus propios
rendimientos pecuniarios. E incluso la regulación pública a menudo iba dirigida
simplemente a proteger intereses creados a costa del interés público.
LA CRÍTICA METODOLÓGICA Y LA
ALTERNATIVA
INSTITUCIONALISTA: "LAS
LIMITACIONES DE LA UTILIDAD
MARGINAL" (1909)
Las
críticas veblenianas a la economía neoclásica no tenían nada que ver con las críticas
asociadas a la visión romántica que en su día habían hecho escritores como
Carlyle o Ruskin a los economistas clásicos. Las de Veblen se centraron sobre
todo en torno a dos grupos de razones fundamentales, que en buena medida
aparecen recogidas en el texto que aquí presentamos.
En
primer lugar, él consideraba que la abstracta teoría neoclásica era incapaz de
explicar el cambio económico, y en concreto el gran dinamismo tecnológico que
tan patente era en aquellos años de la segunda revolución industrial. En dicha
teoría todo giraba en torno a la estática del equilibrio a corto plazo,
siguiendo el ejemplo de la mecánica clásica, y si a ello se unía la creciente formalización
matemática y la preeminencia de la deducción pura a priori, lo que resultaba
era una sustitución del contenido por la forma. De hecho, Veblen consideraba que
los economistas neoclásicos eran en general grandes lógicos, que podían llegar a conclusiones finales con
total consistencia interna a partir de unas determinadas premisas; pero el
problema residía precisamente en el origen de estas últimas. De alguna manera
–como ya había ocurrido en la economía clásica– el planteamiento neoclásico
seguía basándose en una especie de "orden natural" subyacente
dispuesto de antemano, de modo que, teleológicamente, todo se explicaba por el
fin último del equilibrio.
Para
Veblen, por contra, la economía debía ser una disciplina evolucionista –algo
que suscribió el propio Marshall, aunque en la práctica desarrolló sólo la
analogía mecánica–: la realidad consistía en una serie de transformaciones acumulativas
sin término ni consumación, una sucesión sin fin de causas y efectos, un
proceso de desarrollo continuo y causación acumulativa sin un propósito
predeterminado. En ese contexto, las instituciones (preconcepciones y hábitos
comunes de pensamiento, convenciones socialmente compartidas, rutinas
generalizadas de comportamiento, estructuras sociales, derechos de propiedad,
etc.) eran las que otorgaban cierta estabilidad y continuidad a lo largo del
tiempo, y –de algún modo– eran los objetos de selección, mutación y evolución,
de forma que las instituciones bien adaptadas tenderían a multiplicarse y
serían imitadas, mientras las peor adaptadas acabarían por desaparecer con el
tiempo. Por otra parte, las instituciones y sus cambios eran en el largo plazo producto
del estado de la tecnología y las circunstancias materiales, aunque dichas
instituciones también influían a su vez en las posibilidades de progreso técnico,
estimulándolo u obstaculizándolo.
En
segundo lugar, Veblen criticaba la caracterización naïve del agente económico
como homo œconomicus: alguien capaz de evaluar constantemente las situaciones
en términos de placer y dolor, eligiendo de manera instantánea y perfectamente
racional, y que además era en gran medida una criatura pasiva que se limitaba a
responder a las circunstancias de una situación concreta.
Para
Veblen, sin embargo, el cálculo hedónico –que caracterizaba al agente económico
como un mero optante racional– iba contra los hallazgos que estaba haciendo la
psicología en aquel momento, y además la perspectiva puramente individualista
no era adecuada: el agente era en esencia un producto cultural complejo cuyo
comportamiento debía entenderse en el marco de determinadas instituciones que
iban transformándose a lo largo del tiempo. Las instituciones no sólo actuaban
como restricciones al comportamiento de los agentes, sino que el entorno
institucional en que vivía un individuo contribuía además a moldear sus gustos y a dotarle de una referencia para
seleccionar y filtrar la información a partir de la cual tomar decisiones. Por
otra parte, a menudo el individuo se dejaba llevar por inercias y hábitos en su
forma de actuar.
En
definitiva, para Veblen lo económico iba mucho más allá del universo del valor
y el intercambio: la economía era una ciencia eminentemente social, y el
estudio de las instituciones a largo plazo resultaba clave. Por su parte, en el
enfoque neoclásico el gran problema era que las instituciones estaban ausentes,
pese a que ellas conformaban el marco en el que de hecho tenía lugar cualquier actividad
económica: o bien eran completamente ignoradas, o bien –como en el caso de la
propiedad– se las consideraba implícitamente como dadas, exógenas e ideales a
la hora de explicar formalmente el valor y la distribución, que por otra parte
parecían ser las únicas cuestiones económicas merecedoras de análisis una vez
fijado el objetivo de estudio a corto plazo del mecanismo asignativo de precios.
Pero
Veblen no sólo criticó a la corriente neoclásica, sino que también disintió de
los historicistas y de Marx, con los que en principio compartía una similar
amplitud de miras (enfoque pluridisciplinar), un interés por los aspectos institucionales,
y la necesidad de tomar la observación directa de la realidad como punto de
partida. Respecto a la primera escuela historicista alemana (Roscher, Knies,
Hildebrand, etc.), Veblen consideraba que su esfuerzo meramente inductivo de
recopilación de hechos y datos concretos, sin nada que les otorgara sentido y
cohesión, había resultado al cabo completamente estéril; mayor respeto le merecieron
sin embargo autores posteriores como Sombart o Schmoller, porque parecían
prestar mayor atención al origen y desarrollo de las instituciones desde una
perspectiva más amplia. En cuanto a Marx, le alejaba de él su determinismo –la sucesión
preestablecida de etapas hacia una meta última, la destrucción inevitable del
capitalismo–, así como su sujeción a ideas preconcebidas –el materialismo dialéctico–.
Asimismo, como indica Galbraith, Veblen nunca pretendió ser un reformador
social, y "su corazón no latía por el proletariado ni por los oprimidos y los
pobres", aunque identificara a los capitanes de industria como enemigos de
la sociedad y criticara fieramente el capitalismo financiero de su época.
Para
Veblen, por tanto, las carencias y problemas del enfoque neoclásico eran tan
graves que era preciso reconstruir la economía desde cero. Pero la audaz y
ambiciosa alternativa institucionalista que intentó trazar el propio Veblen,
con un enfoque multidisciplinar y haciendo uso de conceptos de muy diversa procedencia, no llegó a funcionar. En
su afán por dar cuenta de toda la enorme complejidad y la dinámica del proceso
económico, fue incapaz de elaborar un sistema acabado y operativo. En cuanto a
sus seguidores, la heterogénea escuela institucionalista americana (Commons,
Mitchell, J. M. Clark, Hamilton, Ayres, etc.) terminó también diluyéndose
finalmente tras la Segunda Guerra Mundial debido a sus escasos frutos tangibles
y a la falta de una teoría sistemática que fuera ampliamente compartida. De hecho,
los trabajos de los citados institucionalistas resultaban notablemente dispares
en cuanto a propósito, método y contenido más allá de la puesta en duda de
ciertas hipótesis de la ortodoxia neoclásica.
No
obstante, la contribución de los institucionalistas americanos fue importante.
Por un lado, llamando a la reflexión sobre los posibles puntos débiles de la
teoría ortodoxa. Y por otro, dejando multitud de valiosas intuiciones e ideas a
la espera de ser redescubiertas o desarrolladas (por ejemplo, el énfasis de
Veblen en el aspecto evolutivo y dinámico del proceso económico, el carácter
dinamizador del cambio técnico, o las carencias del modelo de agente racional;
la idea de Commons de tomar la transacción como unidad de análisis y de
considerar todo intercambio de bienes como intercambio de derechos de propiedad;
o la importancia otorgada por Mitchell a la cuantificación como apoyo esencial
del análisis económico). De hecho, autores posteriores como Galbraith,
Myrdal,
Polanyi, Kapp, Samuels, Hodgson, Bromley o Schmid, entre otros, intentaron
profundizar luego en distintos aspectos del enfoque institucional.
Revista
de Economía Crítica, nº16, segundo semestre 2013, ISNN 2013-5254331
Thorstein
Veblen, el inclasificable
José
Luis Ramos Gorostiza
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