jueves, 3 de octubre de 2019

Noventa años del fallecimiento de Thorstein Veblen - Nota biográfica y vigencia de un pensador - Thorstein Veblen, el inclasificable por José Luis Ramos Gorostiza



Nota biográfica 

(Manitowoc, Estados Unidos, 1857 - Menlo Park, id., 1929) Economista y sociólogo estadounidense. Thorstein Veblen se licenció en filosofía por la Universidad Johns Hopkins y se doctoró por la de Yale. Sin poder encontrar trabajo como profesor, se matriculó de nuevo en la Universidad de Cornell, donde conoció a J. L. Laughlin, quien le invitó a ingresar en el departamento de economía de la recién creada Universidad de Chicago.


En 1899 apareció su obra más famosa, La teoría de la clase ociosa, en la que Veblen analizó la estructura económica de su época desde la óptica del evolucionismo de Darwin y Herbert Spencer, y criticó mordazmente la ostentación que de su estatus social hacían constante gala las clases más favorecidas. Profundizó en el análisis del contraste entre la racionalidad del proceso productivo industrial y la irracionalidad en el ámbito de las decisiones financieras en la obra Teoría de la empresa económica (1904). Por su énfasis en los usos y costumbres sociales como fenómenos explicativos de la actividad económica, se le considera el fundador de la corriente institucionalista del pensamiento económico.

LA VIGENCIA DE VEBLEN

Si se preguntara a los miembros de la profesión por el economista norteamericano más sobresaliente del periodo que discurre entre finales del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX, la mayoría citaría probablemente a Irving Fisher (1867- 1947) por sus trabajos en teoría monetaria, o quizá a John Bates Clark (1847- 1938) por sus aportaciones a la teoría de la productividad marginal. Pero ambos no fueron más que brillantes continuadores en Estados Unidos del marginalismo europeo. Thorstein Veblen (1857-1929), sin embargo, impulsó una nueva corriente de pensamiento genuinamente americana, la del institucionalismo, y mostró una gran originalidad en sus planteamientos.

La razón de por qué no ha llegado a ser tan valorado como debiera es quizá por su perfil atípico, que no se adapta bien al del economista al uso, pues sus inquietudes intelectuales fueron muy vastas, desde la antropología a la biología, pasando por la sociología, la propia economía, la ciencia política, la historia, la filosofía y la entonces naciente psicología. Y todo ello lo intentó plasmar de algún modo en una obra poliédrica, que además pretendió romper completamente con la corriente principal del pensamiento económico, representada por el marginalismo y la escuela neoclásica. Los propósitos de Veblen eran, por tanto, ambiciosos en exceso, y los resultados obtenidos fueron lógicamente dispares: entre lo deslumbrante y lo esclarecedor por un lado, y lo confuso, lo vago y lo contradictorio por otro.



THORSTEIN VEBLEN, EL INCLASIFICABLE
José Luis Ramos Gorostiza1
Universidad Complutense de Madrid
LA VIGENCIA DE VEBLEN

Si se preguntara a los miembros de la profesión por el economista norteamericano más sobresaliente del periodo que discurre entre finales del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX, la mayoría citaría probablemente a Irving Fisher (1867- 1947) por sus trabajos en teoría monetaria, o quizá a John Bates Clark (1847- 1938) por sus aportaciones a la teoría de la productividad marginal. Pero ambos no fueron más que brillantes continuadores en Estados Unidos del marginalismo europeo. Thorstein Veblen (1857-1929), sin embargo, impulsó una nueva corriente de pensamiento genuinamente americana, la del institucionalismo, y mostró una gran originalidad en sus planteamientos.

La razón de por qué no ha llegado a ser tan valorado como debiera es quizá por su perfil atípico, que no se adapta bien al del economista al uso, pues sus inquietudes intelectuales fueron muy vastas, desde la antropología a la biología, pasando por la sociología, la propia economía, la ciencia política, la historia, la filosofía y la entonces naciente psicología. Y todo ello lo intentó plasmar de algún modo en una obra poliédrica, que además pretendió romper completamente con la corriente principal del pensamiento económico, representada por el marginalismo y la escuela neoclásica. Los propósitos de Veblen eran, por tanto, ambiciosos en exceso, y los resultados obtenidos fueron lógicamente dispares: entre lo deslumbrante y lo esclarecedor por un lado, y lo confuso, lo vago y lo contradictorio por otro.

En cualquier caso, si bien es cierto que no consiguió construir un cuerpo teórico sistemático y que ello pudo restar cohesión y coherencia a la escuela del institucionalismo americano, su legado fue extraordinariamente valioso, porque dejó un reguero de sugerentes intuiciones que abrieron múltiples caminos para la investigación posterior en campos muy distintos, como la economía evolucionista, el estudio de las instituciones o la sociología económica. Además, en sus críticas metodológicas a la ortodoxia neoclásica planteó incisivos interrogantes que mantienen aún en muchos casos su vigor.

ESPÍRITU LIBRE Y FORMACIÓN ECLÉCTICA: LA VIDA DE UN
INCONFORMISTA

Veblen siempre fue un inconformista radical y un hombre atípico y heterodoxo, al margen de toda convención social. Ya desde pequeño demostró una notable brillantez y una clara actitud crítica frente a lo que le rodeaba, lo que parecía augurarle un futuro prometedor en el terreno intelectual. Pero su carrera como profesor universitario podría calificarse de fracaso, pues nunca fue capaz de asegurarse un puesto estable y de cierto nivel (no pasó de profesor auxiliar mal pagado), y tampoco llegó a alcanzar ni de lejos el reconocimiento académico y profesional de figuras de la economía americana como Seligman, Taussig y Ely, o los ya citados Clark y Fisher. No obstante, con el tiempo –gracias a su afilada pluma y su capacidad para escandalizar– sí llegaría a convertirse en el crítico económico y social más popular de su época.

De una familia de origen noruego, fue el sexto hijo de doce hermanos y nació en una próspera granja de Wisconsin en 1857. Tras formarse en un centro confesional de Minnesota –el Carleton College– donde tuvo como profesor a un joven J. B. Clark, estudió primero en la universidad Johns Hopkins con el filósofo de la escuela pragmática Charles Sanders Peirce, y luego en la universidad de
Yale, donde se vio bastante influido por las doctrinas de Darwin y Spencer y por el darwinista social William Graham Sumner, obteniendo un doctorado en filosofía en 1884. Sin embargo, no logró un puesto docente y hubo de regresar a la granja familiar, dedicándose a una lectura voraz y ecléctica de la literatura de ciencias sociales durante siete largos años.

En 1891 volvió de nuevo a ingresar como simple estudiante graduado en la universidad de Cornell, y allí atrajo la atención de J. L. Laughlin. Cuando éste se convirtió en jefe del departamento de economía de la joven universidad de  Chicago –que había sido levantada en 1890 gracias a una generosa donación de J. D. Rockefeller–, contrató a Veblen como ayudante, quien además pasó
a dirigir el recién creado Journal of Political Economy. Estos años de Chicago fueron especialmente fructíferos, pues allí conoció al gran filósofo John Dewey y de esa época datan también sus dos obras principales: la celebérrima Teoría de la clase ociosa (1899) y la –en su tiempo– controvertida Teoría de la empresa de negocios (1904). Además, fue precisamente en Chicago cuando tuteló a quien llegaría a ser uno de sus más distinguidos discípulos, Wesley C. Mitchell, pese a que Veblen nunca tuvo fama de buen profesor.

Pero en 1906, debido a sus constantes líos de faldas, su absoluta falta de adecuación a los cánones sociales de la época, y su crítica despiadada a los grandes hombres de negocios, hubo de abandonar la pujante universidad de Chicago tras catorce intensos años. Inició entonces un peregrinaje, sin encajar nunca del todo en ningún sitio, que le llevaría primero a la de Stanford, luego a la de Missouri (por mediación de Davenport, antiguo compañero de Chicago), y por último –tras un breve cargo administrativo en Washington durante la Primera Guerra Mundial– a la New School for Social Research de Nueva York. En estos años escribió también numerosos artículos y otros libros de interés, como La enseñanza superior en América (1918) o Los ingenieros y el sistema de precios (1921). En todo caso, la marca distintiva del estilo vebleniano fue un lenguaje casi siempre claro, penetrante y desenvuelto, a menudo irónico y luminoso, y sólo en contadas ocasiones demasiado erudito y espeso. Lo que quizá llama más la atención de sus escritos es la capacidad para ver de forma novedosa hechos habituales, desentrañando nuevos significados a lo acostumbrado.

Envejecido, solo y con poco dinero, Veblen se retiró a California en 1927, donde moriría en agosto de 1929, justo antes del crac de Wall Street que desencadenaría la Gran Depresión, y que sin duda le habría reafirmado en sus feroces críticas a los excesos del capitalismo financiero de la época.

EL CONSUMO OSTENSIBLE DE LA CLASE OCIOSA Y LA CRÍTICA A
LOS CAPITANES DE INDUSTRIA

Antes de pasar a examinar los argumentos del texto que se presenta a continuación, vale la pena detenerse –siquiera muy brevemente– en las tesis fundamentales que Veblen planteaba en sus dos libros más importantes.

En su obra más ampliamente difundida y aún hoy bastante leída, la Teoría de la clase ociosa (1899), Veblen se alejaba de la concepción utilitarista del comportamiento humano y de su correspondiente visión del consumo, haciendo uso –entre otras– de referencias históricas, antropológicas y sociológicas. Para él, la simple emulación era uno de los motivos más poderosos que impulsaban a ganar dinero, más que el deseo de satisfacer las necesidades de la vida. Y la forma de emulación más común entre las clases acomodadas de la época era el consumo ostensible de cosas superfluas, de un modo derrochador: era una manera de demostrar el éxito pecuniario y contribuía a alimentar la buena reputación y la estima social de quien lo llevaba a cabo. Por otra parte, del mismo modo que ocurría con el consumo ostensible –derroche de bienes–, el ocio ostensible –derroche de tiempo– era igualmente una forma de transmitir a la sociedad el triunfo económico de uno mismo, un signo de respetabilidad y honorabilidad personal.

Esta idea también la apunta Veblen de algún modo hacia el final del texto que aquí presentamos, cuando señala que los hombres de negocios aspiran a acumular riqueza muy por encima de lo que podrían efectivamente consumir, buscando el respecto y la consideración social. Veblen subraya además que dicho comportamiento no resulta en absoluto explicable desde la perspectiva del cálculo hedonístico racional, que deja fuera todo tipo de aspectos institucionales (convenciones sociales, hábitos de pensamiento, etc.).

Su otra gran obra, la Teoría de la empresa de negocios (1904), está escrita justo cuando magnates como J. P. Morgan o Rockefeller dominaban la escena, durante el periodo dorado de expansión y crecimiento de la gran empresa moderna norteamericana, en la que se había producido el divorcio entre dirección y propiedad, y entre "negocio" y proceso productivo real.

Pues bien, en dicha obra Veblen lanzaba un ataque furibundo precisamente contra los grandes empresarios, financieros y capitanes de industria. Mantenía la tesis de que éstos no cumplían función productiva alguna, sino que parasitaban la actividad de otros, "saboteando" de alguna manera la eficiencia del proceso productivo para obtener sus beneficios (ya fuera obstruyendo, retardando o distorsionando el funcionamiento del sistema). Es decir, el beneficio empresarial implicaba una pérdida neta para la sociedad en su conjunto.

Y es que Veblen –de modo un tanto impreciso– hacía una distinción tajante entre lo físico y lo pecuniario, entre fabricar bienes y ganar dinero, o entre producción –ligada a lo técnico y lo ingenieril– y especulación –asociada a lo comercial y lo financiero–: la cuestión era que en los tiempos modernos lo pecuniario primaba sobre lo físico y el absoluto protagonista de la producción había llegado a ser el hombre de negocios "parásito", cuyas ganancias estaban relacionadas no con el bienestar de la comunidad, sino con el aprovechamiento de las frecuentes perturbaciones que se producían en el sistema (pues los ciclos eran endógenos al capitalismo) o que él mismo contribuía a generar con sus estratagemas interesadas (alimentando la inestabilidad y la incertidumbre).

En este mismo sentido, los hombres de negocios –a través de manipulaciones e interferencias– tendían por ejemplo a obstaculizar el progreso técnico o a entorpecer la introducción de innovaciones, y a veces incluso impedían –o promovían– por pura conveniencia personal la formación de concentraciones industriales, aunque éstas vinieran aconsejadas –o desaconsejadas– por el propio "estado de las artes". Además, la mayoría de ellos tenía cierto poder de fijación de precios y hacía uso de la publicidad para reforzar sus posiciones de mercado y mejorar así sus ganancias; es decir, los capitanes de industria restringían la producción a través de su poder monopolístico para aumentar sus propios rendimientos pecuniarios. E incluso la regulación pública a menudo iba dirigida simplemente a proteger intereses creados a costa del interés público.

LA CRÍTICA METODOLÓGICA Y LA ALTERNATIVA
INSTITUCIONALISTA: "LAS LIMITACIONES DE LA UTILIDAD
MARGINAL" (1909)

Las críticas veblenianas a la economía neoclásica no tenían nada que ver con las críticas asociadas a la visión romántica que en su día habían hecho escritores como Carlyle o Ruskin a los economistas clásicos. Las de Veblen se centraron sobre todo en torno a dos grupos de razones fundamentales, que en buena medida aparecen recogidas en el texto que aquí presentamos.

En primer lugar, él consideraba que la abstracta teoría neoclásica era incapaz de explicar el cambio económico, y en concreto el gran dinamismo tecnológico que tan patente era en aquellos años de la segunda revolución industrial. En dicha teoría todo giraba en torno a la estática del equilibrio a corto plazo, siguiendo el ejemplo de la mecánica clásica, y si a ello se unía la creciente formalización matemática y la preeminencia de la deducción pura a priori, lo que resultaba era una sustitución del contenido por la forma. De hecho, Veblen consideraba que los economistas neoclásicos eran en general grandes lógicos,  que podían llegar a conclusiones finales con total consistencia interna a partir de unas determinadas premisas; pero el problema residía precisamente en el origen de estas últimas. De alguna manera –como ya había ocurrido en la economía clásica– el planteamiento neoclásico seguía basándose en una especie de "orden natural" subyacente dispuesto de antemano, de modo que, teleológicamente, todo se explicaba por el fin último del equilibrio.

Para Veblen, por contra, la economía debía ser una disciplina evolucionista –algo que suscribió el propio Marshall, aunque en la práctica desarrolló sólo la analogía mecánica–: la realidad consistía en una serie de transformaciones acumulativas sin término ni consumación, una sucesión sin fin de causas y efectos, un proceso de desarrollo continuo y causación acumulativa sin un propósito predeterminado. En ese contexto, las instituciones (preconcepciones y hábitos comunes de pensamiento, convenciones socialmente compartidas, rutinas generalizadas de comportamiento, estructuras sociales, derechos de propiedad, etc.) eran las que otorgaban cierta estabilidad y continuidad a lo largo del tiempo, y –de algún modo– eran los objetos de selección, mutación y evolución, de forma que las instituciones bien adaptadas tenderían a multiplicarse y serían imitadas, mientras las peor adaptadas acabarían por desaparecer con el tiempo. Por otra parte, las instituciones y sus cambios eran en el largo plazo producto del estado de la tecnología y las circunstancias materiales, aunque dichas instituciones también influían a su vez en las posibilidades de progreso técnico, estimulándolo u obstaculizándolo.

En segundo lugar, Veblen criticaba la caracterización naïve del agente económico como homo œconomicus: alguien capaz de evaluar constantemente las situaciones en términos de placer y dolor, eligiendo de manera instantánea y perfectamente racional, y que además era en gran medida una criatura pasiva que se limitaba a responder a las circunstancias de una situación concreta.

Para Veblen, sin embargo, el cálculo hedónico –que caracterizaba al agente económico como un mero optante racional– iba contra los hallazgos que estaba haciendo la psicología en aquel momento, y además la perspectiva puramente individualista no era adecuada: el agente era en esencia un producto cultural complejo cuyo comportamiento debía entenderse en el marco de determinadas instituciones que iban transformándose a lo largo del tiempo. Las instituciones no sólo actuaban como restricciones al comportamiento de los agentes, sino que el entorno institucional en que vivía un individuo contribuía además a moldear  sus gustos y a dotarle de una referencia para seleccionar y filtrar la información a partir de la cual tomar decisiones. Por otra parte, a menudo el individuo se dejaba llevar por inercias y hábitos en su forma de actuar.

En definitiva, para Veblen lo económico iba mucho más allá del universo del valor y el intercambio: la economía era una ciencia eminentemente social, y el estudio de las instituciones a largo plazo resultaba clave. Por su parte, en el enfoque neoclásico el gran problema era que las instituciones estaban ausentes, pese a que ellas conformaban el marco en el que de hecho tenía lugar cualquier actividad económica: o bien eran completamente ignoradas, o bien –como en el caso de la propiedad– se las consideraba implícitamente como dadas, exógenas e ideales a la hora de explicar formalmente el valor y la distribución, que por otra parte parecían ser las únicas cuestiones económicas merecedoras de análisis una vez fijado el objetivo de estudio a corto plazo del mecanismo asignativo de precios.

Pero Veblen no sólo criticó a la corriente neoclásica, sino que también disintió de los historicistas y de Marx, con los que en principio compartía una similar amplitud de miras (enfoque pluridisciplinar), un interés por los aspectos institucionales, y la necesidad de tomar la observación directa de la realidad como punto de partida. Respecto a la primera escuela historicista alemana (Roscher, Knies, Hildebrand, etc.), Veblen consideraba que su esfuerzo meramente inductivo de recopilación de hechos y datos concretos, sin nada que les otorgara sentido y cohesión, había resultado al cabo completamente estéril; mayor respeto le merecieron sin embargo autores posteriores como Sombart o Schmoller, porque parecían prestar mayor atención al origen y desarrollo de las instituciones desde una perspectiva más amplia. En cuanto a Marx, le alejaba de él su determinismo –la sucesión preestablecida de etapas hacia una meta última, la destrucción inevitable del capitalismo–, así como su sujeción a ideas preconcebidas –el materialismo dialéctico–. Asimismo, como indica Galbraith, Veblen nunca pretendió ser un reformador social, y "su corazón no latía por el proletariado ni por los oprimidos y los pobres", aunque identificara a los capitanes de industria como enemigos de la sociedad y criticara fieramente el capitalismo financiero de su época.

Para Veblen, por tanto, las carencias y problemas del enfoque neoclásico eran tan graves que era preciso reconstruir la economía desde cero. Pero la audaz y ambiciosa alternativa institucionalista que intentó trazar el propio Veblen, con un enfoque multidisciplinar y haciendo uso de conceptos de muy  diversa procedencia, no llegó a funcionar. En su afán por dar cuenta de toda la enorme complejidad y la dinámica del proceso económico, fue incapaz de elaborar un sistema acabado y operativo. En cuanto a sus seguidores, la heterogénea escuela institucionalista americana (Commons, Mitchell, J. M. Clark, Hamilton, Ayres, etc.) terminó también diluyéndose finalmente tras la Segunda Guerra Mundial debido a sus escasos frutos tangibles y a la falta de una teoría sistemática que fuera ampliamente compartida. De hecho, los trabajos de los citados institucionalistas resultaban notablemente dispares en cuanto a propósito, método y contenido más allá de la puesta en duda de ciertas hipótesis de la ortodoxia neoclásica.

No obstante, la contribución de los institucionalistas americanos fue importante. Por un lado, llamando a la reflexión sobre los posibles puntos débiles de la teoría ortodoxa. Y por otro, dejando multitud de valiosas intuiciones e ideas a la espera de ser redescubiertas o desarrolladas (por ejemplo, el énfasis de Veblen en el aspecto evolutivo y dinámico del proceso económico, el carácter dinamizador del cambio técnico, o las carencias del modelo de agente racional; la idea de Commons de tomar la transacción como unidad de análisis y de considerar todo intercambio de bienes como intercambio de derechos de propiedad; o la importancia otorgada por Mitchell a la cuantificación como apoyo esencial del análisis económico). De hecho, autores posteriores como Galbraith,
Myrdal, Polanyi, Kapp, Samuels, Hodgson, Bromley o Schmid, entre otros, intentaron profundizar luego en distintos aspectos del enfoque institucional.

Revista de Economía Crítica, nº16, segundo semestre 2013, ISNN 2013-5254331
Thorstein Veblen, el inclasificable
José Luis Ramos Gorostiza

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