jueves, 3 de octubre de 2019

Lo salvaje en nosotros: la reconceptualización de la otredad en la obra de Roger Bartra - Arsenio Dacosta



En este trabajo se analiza la obra de Roger Bartra El salvaje en el espejo como aportación fundamental para comprender la otredad. Se ponderan las contribuciones del autor a la teoría antropológica en relación con la construcción de la identidad y la percepción del otro

 E n 1828 el joven general Mier y Terán redactaba su informe sobre los distintos pueblos salvajes que poblaban el distrito de Tejas, que pronto dejaría de ser mexicano. Sus descripciones de “estos salvajes” –algunas extraídas de la prensa de Nueva Orleans, según él mismo reconoce– combinan puntualmente caracteres positivos –como la industriosidad cherokee– con otros recurrentemente negativos. Así, se destaca la estupidez de los tencahues, la crueldad de los tarancahuases, la ferocidad de los kicapoos, la indolencia de los comanches, el canibalismo –recién abandonado– de los lipanes del sur, e incluso la zoofilia de los tahuácanos. Apenas seis años antes, Stephen F. Austin definía al mexicano como “ignorant, bigoted, and stupid and lazy, interested only in pleasure”.1 Las palabras de ambos héroes patrios –entiéndase, de sus patrias respectivas– exudan la descalificación extrema del otro en términos viscerales más allá de sus inexpresados aunque evidentes intereses políticos.2 Ese espíritu de superioridad étnica y cultural se acumula en una suerte de escalonamiento infinito.

Desde que hay memoria escrita, la caracterización del otro en Occidente ha recorrido los mismos temas. La cosificación del otro salvaje en las obras de Estrabón o Plinio está sujeta a la primaria y suficiente diferenciación ente lo civilizado y lo bárbaro: es la visión imperial grecorromana aunque sus raíces sean mucho más antiguas y se remonten a los salvajes babilónicos y hebreos (Bartra, 1996a: 90-91). Con posterioridad a la caída del Imperio romano esta imagen se multiplica y se modula desde la perspectiva moralizante de los pensadores cristianos altomedievales, con Beda e Isidoro de Sevilla a la cabeza (Vanoli, 2005). Es en este momento cuando Bartra sospecha que “se produce la simbiosis de las tradiciones judeocristianas, grecolatinas y bárbaras” (Bartra, 1996a: 213). La construcción estereotipada del otro también se producirá en el ámbito musulmán en términos no muy diferentes de como aparece en los textos cristianos.3 El otro se cosifica desde la plena Edad Media mediante el mecanismo del arquetipo hasta construir un verdadero mito, como es el caso que analiza Bartra. La alteridad articula la construcción del otro a través de un mecanismo tensionado que, a partir de Edward Said, se define hoy como “gramática orientalista” (Said, 1978; Clifford, 2001: 303-326; Gingrich, 2006) cuando se analizan las prácticas de identificación étnica (Brubaker y Cooper, 2000: 14).

Nuestro objeto no es trazar la genealogía completa de este tipo de construcciones míticas, sino reflexionar sobre el sustancial aporte de Roger Bartra a la construcción material y simbólica de la otredad4 y, por extensión, a la teoría antropológica. Para ello tomaré como referencia principal una de sus obras más originales y reconocidas: El salvaje en el espejo, libro magníficamente escrito e ilustrado,5 que traza la historia cultural de los homines sylvestres. 6 Obviaré reseñar la vida y obra del académico mexicano,7 pero sí adelantaré que su antropología es, a mi juicio, “anatómica”, al modo taxonómico de los científicos ilustrados. En este sentido, cabe destacar que, en paralelo a sus estudios sobre el otro salvaje, Bartra ha dedicado no pocas páginas al análisis físico y metafórico del yo mexicano (Bartra, 1996c, 2002a y 2010).

La hipótesis de partida de El salvaje es sumamente sugerente: ¿Por qué los conquistadores europeos llegaron a América acompañados de un hombre salvaje? Su premisa de trabajo es que esos homines sylvestres “no son una imagen de los indígenas americanos: son auténticamente europeos, originarios del Viejo Mundo” (Bartra, 1996a: 15). De hecho, una de las conclusiones de Bartra será precisamente que ese otro interior (el yo salvaje europeo) ocultará al otro exterior (el ajeno americano, el otro cultural) (Bartra, 1996a: 308). Estamos, por tanto, ante la historia de un mito que, si bien tiene acreditados precedentes en la Antigüedad, obedece a la construcción cultural de una sociedad, la feudal, compuesta, según la definición de nuestro autor, “por grumos sociales tan compactos que aprisionaban al individuo en una estrecha convivencia con los demás” (Bartra, 1996a: 166). No mucho después, Bartra continuaría su relato cronológico en El salvaje artificial, describiéndonos la evolución del mito desde el Renacimiento hasta el Romanticismo e incluso más acá (Bartra, 1996b). A pesar de que el tema no era en absoluto desconocido (Bernheimer, 1952), el enfoque de Bartra permite trascender el caso aparentemente marginal y erudito del Homo sylvestris al quedar elevado por él a la categoría de mito complejo y polivalente. Es más, Bartra desvela al hombre salvaje, en una sustancial paradoja que hace de un ser imaginario “una de las claves de la cultura occidental” (Bartra, 1996a: 302-303).

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