Homenaje a Carlos Eduardo Febres Fajardo - Roberto Rondón Morales y Roberto Chacón


El buen amigo, mejor ciudadano y óptimo virtuoso  del piano, profesor Amílcar Rivas Dugarte de la Escuela de Música de la Universidad de Los Andes,  organizó este homenaje  a otro buen amigo, mejor ciudadano y óptimo  intérprete  de la sociedad merideña y venezolana, Carlos Eduardo Febres Fajardo,  presente espiritualmente con nosotros.

Primero,  un saludo de amor, bondad, solidaridad y compromiso para

Giovanna Suárez,  Gonzalo Febres, Daniel Méndez, esposa,  hijo y nieto, depositarios del legado dejado por Carlos Eduardo, así como de los sentimientos que ahora expresamos.

Resaltaré  una de las últimas y crecientes preocupaciones públicas del homenajeado y luego, diré las razones para estar aquí.

Una constante angustia que planteó  recientemente se refiere a la ciudad que lo vio nacer y que  dejó de mirar después de siete décadas.

La ciudad de Mérida al nacer Carlos Eduardo,  poseía un manto natural privilegiado, intelectual y  conventual  asentado sobre la Sierra Nevada, la Universidad  y el Arzobispado.

Pero a la vez, tenía una vida cotidiana humana y mundana. Una ciudad de cuadriculas españolas limitada al norte por la Plaza de Milla  que intentaba alargarse hasta la Hoyada de Milla, la Cárcel de Mujeres y la alcabala de la Vuelta de Lola que despedía a los viajeros hacia el páramo. Por el sur, el Parque Glorias Patrias, el Llano Grande con el Country Club en las vecindades de Glorias Patrias, la Maternidad, la Colonia Hogar, el Retén de Menores de un lado, y el aeropuerto al frente; y del otro lado, el Barrio Obrero y el Garaje de Obras Públicas, todo convergente en la Glorieta del Pie del Llano que despedía a los viajeros que iban a los  valles bajos y tierras llanas.

La ciudad era limitada también por los ríos Chama, Albarregas, Milla y Mucujún que le daban semejanza a una fortaleza. La alumbraba la C.A. Alumbrado de Mérida (luz Parra) y la Hidroeléctrica Mucujún (luz Picón). Se comunicaba  con teléfonos de manigueta para solicitar una línea de comunicación alámbrica. Los  muchachos iban a las  Escuelas Picón para varones y Coromoto para hembras, y los pudientes a los Colegios San José de los jesuitas e Inmaculada Concepción de las salesianas, en camino hacia el Liceo Libertador y la Universidad.

Preocupaba a la ciudad depender sólo de los presupuestos de oficinas públicas nacionales y estadales, de la Universidad  de Los Andes y los magros ingresos municipales. Había quejas en la radio “La Voz de La Sierra” y el  “Diario El Vigilante” por las relajadas y poco pudorosas presentaciones en los cines. Los insolentes se sentían y actuaban envalentonados mientras que las familias decentes se sentían ultrajadas y ofendidas. Personas inescrupulosas se dedicaban a atacar reputaciones  y el honor y dignidad de señoritas honestas. Había reclamos por el ruido de las cornetas de carros de choferes perezosos que no se bajaban a llamar a los pasajeros, a lo que se agregaba el ruido de las rockolas, que en algunos casos no dejaban oír la misa, de las radios, juegos pirotécnicos, serenatas, camiones asmáticos, talleres callejeros, tenerías y los piticos de los políticos.

Los trasnochadores arrancaban partes de las estatuas de los parques, y muchos de ellos en tiempos de fiestas y ferias subían a los postes y cambiaban la dirección de las flechas que indicaban la  del tráfico,  lo que representaba un peligro sobre todo para los visitantes.

Había muchos juegos de envite y azar, en algunos casos camuflados en centros sociales, y un comerciante trajo a una vidente a vivir en la ciudad que creó redes de superchería que hacía caer  incautos con manifestaciones de brujería y venta de pócimas y amuletos.


Robaban vehículos y llamó la atención el robo a un distinguido profesional y al Vicerrector de la ULA por tener los carros solo tres días de comprados.

Aparecían en épocas,  hombres y mujeres menesterosos que deambulaban por la ciudad, pernoctaban en los pórticos y solicitaban ayuda privada y pública. 

Los comerciantes se quejaban  de los vendedores ambulantes, que se aprovisionaban en remates de los almacenes de la ciudad,   no sólo por la competencia en los precios sino por  los montones de basura que dejaban delante de sus negocios, almacenes y casas de habitación. 

Los veranos secaban las fuentes de agua de consumo y de uso  agropecuario, lo que hacía desaparecer los productos en especial la leche,  y la carne en las “pesas”, la panela llegaba a valer siete lochas, a lo que se agregaban los altos precios de la sal que pasaba  de Bs 3.50 a Bs. 8.oo los cien kilogramos. Se agotaban las reservas de arroz criollo en los almacenes del Banco Agrícola y Pecuario. También los fósforos sufrían este sobreprecio. Los zancudos hacían de las suyas.

Luego venían las lluvias con sus secuelas de inundaciones y deslizamientos de caminos y carreteras, y los ríos que se formaban en la ciudad servían para que choferes gozaran mojando a los viandantes, desdiciendo de la conducta del caballero merideño; los muchachos chapoteaban el agua y las señoras tiraban la basura para que la arrastrara el agua, que cuando no llovía la lanzaban por las laderas de la ciudad o en descampados.

El transporte público lo prestaban destartalados  autobuses y taxis ruidosos  que desaparecían  cuando llovía y en las horas pico de  movilización de pasajeros.

Los hoteles no tenían características ni servicios como tales: El Cordillera  y La Sierra en los alrededores de la Plaza Bolívar.

Era una ciudad que aspiraba un central azucarero, la declaratoria de la Sierra Nevada como parque nacional, una nueva Unidad Sanitaria, cuyos techos eran una regadera, un hospital clínico y un psiquiátrico que suplieran al insuficiente Hospital Los Andes construido por el padre Escolástico Duque e inaugurado en 1936,  al centenario Hospicio San Juan  de Dios y la Leprosería  de Belén de principios del siglo XIX.  Requería servicios públicos como la carretera a Barinas, la ampliación  de la Trasandina,  y para interconexión con los pueblos, planes habitacionales por el Banco Obrero,  un mercado libre, la  iluminación de las calles, un edificio para las oficinas públicas, la construcción de la catedral  y de la Casa de Gobierno, teléfonos automáticos y cloacas.

Décadas después, la ciudad a la que Carlos Eduardo regresó para quedarse definitivamente, había desbordado barrancas y corrientes de ríos y quebradas, extendiéndose desordenadamente por todos sus confines,   amplificando los problemas de la urbe cuando él  dio sus primeros pasos, hizo  travesuras y aprendió el abecedario, pero también apareciendo  nuevos y graves problemas cuyo estudio lo realizan distintos grupos. Uno de ellos que preocupó a nuestro homenajeado fue la conversión de  la ciudad en un inmenso basurero. A falta de capacidad para incidir en su solución, en Miradas Múltiples se optó por una colaboración que no compitiera con los grupos de estudio sobre la ciudad. Así, se propuso recolectar los cientos de escritos sobre la ciudad, lo que se inició bajo su coordinación,    para redactar un breve resumen de ellos, sus palabras claves y hacerlo saber a  grupos interesados  locales, nacionales y extranjeros, con la información precisa de la institución donde estaban los originales.

Otra preocupación fue la pérdida del núcleo y el corazón de la ciudad al aparecer muchas pequeñas ciudades  y pueblos satélites en el eje El Anís, La Variante, Lagunillas, Ejido, La Parroquia, Chama, San Jacinto, Los Llanitos de Tabay, El Vallecito, El Valle, La Pedregosa, y la necesidad de una propuesta, que ya se discutía, que le diera cohesión y funcionalidad geopolítica, física y anímica a este conjunto disperso. Deuda pendiente con la ciudad y con Carlos Eduardo a la que haremos honor.

Ahora diré, porqué estamos en este homenaje. Porque creemos en el amor como lo creía Carlos Eduardo.

El poeta Antonio Arraiz nos legó el siguiente verso:

¿Me preguntas qué es el amor?  Un viejo amigo
Testigo mudo de mis eternas quejas
Que está ausente cuando estás conmigo
Que está conmigo cuando tú te alejas.


Hoy estamos aquí por amor,  cariño, afecto o como se le quiera calificar al sentimiento que queremos expresar por alguien  que  se alejó inesperada y prematuramente de nuestra cercanía. Para darle perdurabilidad a estos sentimientos, los trasladaremos  a sus cercanos parientes Giovanna,  Gonzalo, Daniel,  a quienes pedimos sean los depositarios de los mismos.

Estamos aquí por   creer en la bondad como lo creía Carlos Eduardo.

El romancero español nos dejó escrito:
Llegaron los sarracenos
Y nos molieron a palos
Eso es porque siempre  los malos
Son mucho más que los buenos.


Nosotros que nos proclamamos como  buenos tal como lo era Carlos Eduardo Febres, cada uno en su visión y en su dinámica, nos dedicamos a buscar las formas  para ofrecer servicios para las mayorías de la gente  y  bienes que fueran colectivos. Para ello,  no sucumbimos  ante la división propuesta  para pertenecer a pueblos predestinados, a grupos que   mandan absolutamente   y a otros que   obedecen   incondicionalmente, sea  por legado divino sin libertad   o por la fuerza del liberalismo sin igualdad. No nos hemos afiliado a grupos que se rigen por verdades reveladas o dogmas, ni tampoco con quienes dividen a la gente en jacobinos y montañeses,  derechas e izquierdas o en  capitalistas y comunistas porque todos ellos, los malos,   proponen  una igualdad en la sumisión o una libertad que disfraza una esclavitud.

Los buenos, tal como Carlos Eduardo era,   hemos luchado desde diferentes frentes, porque  creemos posible la libertad  con igualdad, y recíprocamente, la igualdad con libertad.

Estamos aquí  porque creemos en la solidaridad con las personas y la sociedad como lo creía Carlos Eduardo.

Los fines  de las eras históricas y de las generaciones han dejado situaciones inconclusas y retos  políticos, económicos y sociales  para la próxima etapa histórica y para las nuevas generaciones.   Los problemas más importantes y demandantes de solución son los problemas sociales, referidos a los cambios y al deterioro de los sistemas educativos, sanitarios, de seguridad social,  pública y la justicia; la violencia como sistema de vida, las guerras como forma de conquista y sumisión, los males profundos de las instituciones sociales como lo Iglesia, el “poder estudiantil”, los partidos políticos,  los gremios; la negación o el deterioro de los derechos humanos, las lesiones al ambiente de suelos, aire y aguas que provocan el amenazante cambio climático, todo lo cual  sirve de telón de fondo para perpetuar  la pobreza, la desigualdad social y  la mala  distribución de la riqueza.   Estas luchas y los luchadores  por un mundo más justo, estable y equilibrado se han tratado de colocar en un túnel largo y oscuro, donde   ubican a  los solidarios con la gente, pero tanto  Carlos Eduardo como nosotros, en lugar de enmudecernos  y replegarnos, hemos creído que esta  oscuridad permite ver más lejos que la claridad de la comodidad, el aprovechamiento  y el usufructo de sus beneficios,   que las grandes renovaciones sociales han acontecido en pueblos sometidos a grandes calamidades.  

Esa luz al final de túnel ha aparecido muchas veces, pero los malos la convierten en frustración, lo que en lugar de  desanimar, ha servido de acicate para seguir en la búsqueda de formas y medios para combatir la pobreza y la desigualdad. Muchos de los aquí presentes, hemos optado por este camino,  más difícil y a veces frustrante. Hemos tomado diversas vías y formas. Carlos Eduardo y otros lo buscaron, y en algunos casos lograron éxitos parciales, previos a un cuestionamiento de los gobiernos laicos y eclesiásticos, depositarios, guardianes  y oferentes de privilegios para grupos especiales, y abordaron  la  transformación de la sociología funcionalista norteamericana y europea basada en la organización y desarrollo social por una estructuralista fundamentada  en la dependencia y la liberación con pensadores latinoamericanos marxistas.

Esto formó parte de su vida,  mediante su participación en movimientos como el de la renovación universitaria de 1969 en la Universidad Central de Venezuela, en su papel de librero en los sótanos del Centro Simón Bolívar de Caracas, con literatura que en su oportunidad fue calificada por el gobierno como subversiva, y en su apego a la idea de que el Estado es el más grande medio de homogenización y cohesión social  y el gran curador de las menesterosidades sociales, con esperanzas cada vez disminuidas porque el Estado y los gobiernos han sido cautivos de los  partidos y políticos tradicionales y de experimentos populistas fracasados y con gran  capacidad corruptora. Estos planteamientos fueron   transmitidos y analizados en sus relaciones  con grupos de trabajadores y sus agremiaciones, funcionarios públicos incluidos ministros y  la Organización Internacional del Trabajo.

Logró acercar y unir en una misma mesa, a personas de diferentes profesiones, creencias y prácticas, tal como se expresó en el Grupo que estimuló y coordinó, Miradas Múltiples para mantener viva una discusión sobre temas de distinta índole,  locales, nacionales e internacionales, a veces muy controversiales  con mareas encrespadas  que volvían a su nivel por su  manejo prudente y equilibrado,    en un mundo merideño agotado,  muy polarizado, agobiado y sumido en una desesperanza, incluida la primera institución intelectual como lo es la Universidad de Los Andes. Es una llama que debemos conservar.

No dejó de sorprendernos sus arrebatos líricos,  expresados desde  un cerebro y un alma puestos en un hombre sensible. Me refiero a sus: Algunos cuentos y otras travesuras de 1993.

Estamos aquí porque tenemos querencia y raíces   por esta tierra de montañas nevadas, verdes valles y pródigas llanuras, tal como las tenía Carlos Eduardo,  quien  vio la vida y la dejo de  mirar  en esta tierra merideña. Muchos que somos sus amigos, y por eso  estamos aquí, aludiremos a Carlos Eduardo con  palabras  del chiguarero Antonio Márquez Salas: “Los hombres, yo agregaría las mujeres,  hacen su propia historia, pero no la hacen como quieren, no la hacen en circunstancias escogidas por ellos mismos, sino en circunstancias encontradas, trasmitidas desde el pasado….. Nos ha sido entregada una enseña de honor, de sacrificio y lealtad, porque nuestra obra es obra de nuestros mayores que está muy lejos de haberse llevado a  término. Así como lo universal comienza en la tierra  original del hombre, también lo nacional se proyecta en términos de grandeza desde esta humanidad y estas colinas arcifíneas”, añado,  con sus límites naturales de ríos, lagunas,   montañas  y campos con árboles de pomarrosos,  en cuyas vecindades dejó  funcionando su obra física Hotel Los Lirios,  donde vivirá eternamente Carlos Eduardo, y hasta donde sea posible, también nuestros sentimientos calurosos, y a la vez perennes hacia él y su familia.

Nota: Este texto fue leído en el Concierto-Homenaje a Carlos Eduardo Febres (1947-2019), promovido por el Grupo Miradas Múltiples y realizado el día 14 de junio en la Escuela de Música de la Universidad de Los Andes. El Profesor Amílcar Rivas ejecutó la Sonata para piano n.º 23 en fa menor Opus 57 de Ludwig van Beethoven, conocida como Appassionata y dos piezas para piano de Friedrich Chopin

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