Construir y habitar
Ética para la ciudad
¿Cómo deberían ser las ciudades del futuro? ¿Cómo ha evolucionado su planificación a lo largo de la historia? ¿Cómo afecta a nuestra vida el entorno urbano en el que vivimos? ¿Qué valores urbanísticos se deberían potenciar? ¿Qué lastres se deberían desterrar?
Repensar la ciudad es el objetivo último de este libro, que hace un recorrido por su evolución partiendo de los dos ámbitos en los que trabaja el autor, el de la sociología y el del urbanismo, y tomando como base tanto reflexiones de arquitectos y urbanistas como de filósofos.
Construir y habitar recorre la historia de las ciudades desde el ágora griega hasta las urbes del siglo XXI como Shanghái. Repasa las propuestas de los grandes innovadores de la planificación urbana en el siglo XIX –Haussmann y Cerdà–, la creación de la ciudad del siglo XX en Europa y Estados Unidos de la mano de arquitectos como Le Corbusier y su evolución en el XXI en países emergentes como China, India, Brasil, México o algunos africanos. Y aborda ejemplos concretos, que van del diseño de Central Park en Nueva York a la sede de Google, el Googleplex, pasando por las bibliotecas de Medellín, el desarrollo urbanístico de Delhi…
Este libro cierra la trilogía del Homo faber de Richard Sennett, cuyas dos entregas anteriores, El artesano y Juntos, también están publicadas en esta colección. Son tres obras independientes, pero que, leídas en conjunto, proporcionan una de las reflexiones más lúcidas y estimulantes sobre la sociedad contemporánea.
«Destila en un volumen sus reflexiones sobre cómo el diseño urbano estructura nuestras vidas» (Justin McGuirk, The New Yorker).
«Un elaborado y sofisticado compendio de sus ideas urbanísticas» (Shlomo Angel, Wall Street Journal).
«La síntesis de una vida vivida en ciudades y un himno a su imprevisibilidad» (Edwin Heathcote, Financial Times).
«Una inspiradora reflexión sobre el pasado, el presente y el futuro de las ciudades» (Andrew Kinaci, The Global Grid).
«Constantemente estimulante» (Jonathan Meades, The Guardian).
Ciudad abierta. Sobre ‘Construir y habitar: ética para la ciudad’, de Richard Sennet
En su libro La ciudad antigua, publicado en 1864, Foustel de Coulanges explica que «ciudad [cité/civitas] y urbe [ville/urbs] no eran palabras sinónimas entre los antiguos. La ciudad era la asociación religiosa y política de las familias y de las tribus; la urbe era el lugar de reunión, el domicilio de esta asociación».
Construir y habitar: ética para la ciudad, es el más reciente libro escrito por Richard Sennett, sociólogo y escritor nacido en Chicago en 1943. Este libro es el último de la trilogía que inició con The Craftsman [El Artesano] y siguió con Together: The Rituals, Pleasures, and Politics of Cooperation [Juntos, rituales, placeres y política de cooperación]. Los tres libros de algún modo prolongan y critican las ideas de Hannah Arendt, quien fuera su maestra en la Universidad de Chicago. En el prólogo a El Artesano, Sennett explica cómo la diferencia que planteó Arendt entre el trabajo, como producción y transformación del mundo, y la acción, entendida como la causa sin la cual no existe la política y que, de algún modo, explora la división clásica entre la vita activa y la vita contemplativa, lo llevó a reflexionar sobre las maneras como el Homo faber –del que el artesano es ejemplo— piensa en tanto hace. También en ese prólogo, Sennett anunciaba que los siguientes dos libros de la serie estarían dedicados a guerreros y sacerdotes, el segundo, y al extranjero, el tercero. Y aunque sí publicó un libro con un par de ensayos titulado, justamente, El extranjero, el segundo tomo lo dedicó a los rituales, placeres y política de la cooperación, la que define como “Un intercambio en el cual los participantes se benefician del encuentro.” Si el artesano —que para Sennett incluye tanto al carpintero como al director de orquesta— es quien se dedica a hacer las cosas bien por el placer de hacerlas bien, la cooperación es la manera como el artesano es —o se hace— responsable, es decir, como él y su trabajo responden a los otros y a la comunidad y la ciudad —tema de la tercera entrega de la serie— el espacio —entendido, como veremos, tanto como espacio social como físico— donde esa comunidad se encuentra.
Sennett parte de la diferencia entre las mismas dos palabras que usa Foustel de Coulanges —a quien no menciona en su texto— usándolas en francés: cité y ville. “Al principio” —escribe— “sólo nombraban lo grande y lo pequeño: ville se refería a la ciudad en general, mientras que cité designaba un lugar en específico.” Ese uso se ha perdido, pero Sennett propone recuperarlo “puesto que describe una distinción básica: el entorno construido es una cosa, cómo la gente lo habita es otra.” Combinando lo que explicó Foustel de Coulanges sobre la diferencia entre civitas y urbs y lo que plantea Sennett de la cité y la ville, podemos decir que la segunda, la urbe, son las calles y el drenaje, así como el tráfico y las inundaciones causadas por la ineficiencia del segundo; en tanto que la primera, la ciudad, es todo el complejo social que empuja a miles de ciudadanos a desplazarse de su casa a su trabajo a la misma hora cada día o que los obliga a vivir en un lugar donde la infraestructura hidráulica es deficiente. La ciudad, dirá Sennett, es “un tipo de conciencia” que “también puede representar cómo la gente quiere vivir colectivamente.” Si la trilogía trata sobre el homo faber, sobre el artesano, primero, y la cooperación, después, el tercer tomo trata sobre el problema ético que se plantea en la relación entre la cité —que identifica como líquida, variable— y la ville —en principio sólida, estable— en las ciudades contemporáneas, lo que resulta en una pregunta fundamental: “¿debe el urbanismo representar a la sociedad tal cual es o buscar cambiarla?”
Para Sennett, parte de la respuesta está en concebir —parafraseando el título de la película de Roberto Rossellini— una ciudad abierta: “Éticamente, una ciudad abierta podría, por supuesto, tolerar las diferencias y promover la equidad, pero específicamente liberaría a la gente de la camisa de fuerza de lo fijo y lo familiar, creando un terreno en el que puedan experimentar y expandir su experiencia”. Para explicar algunas maneras como se intentó entender la cité, Sennett recurre a nombres como Engels o Balzac y Stendhal, mientras para contar cómo se construyó la ville —buscando de paso transformar la cité—, menciona a tres constructores de ciudades prácticamente contemporáneos: el Barón de Haussmann, quien transformó París a mediados del siglo XIX, Ildefonso Cerdà, quien además de inventar el término y los términos del urbanismo moderno hizo el plan para regular el crecimiento de Barcelona, y Frederick Law Olmsted, diseñador entre otros parques de Central Park, en Nueva York. El primero embelleció la ville para mejor controlar la cité; el segundo, organizó a la ville buscando conseguir una mejor cité; el último, abrió un parque en la ville para construir una comunidad mayor en la cité. Al relato de las tensiones y acompañamientos entre la ville y la cité, Sennett suma a Heidegger, Levinas y Okakura Kakuzo, para hablar del otro como extraño, hermano o vecino; a los sociólogos de la Universidad de Chicago y al Le Corbusier del Plan Voisin como ejemplos, de nuevo, de las diferencias entre la cité y la ville; Moses contra Mumford y Jacobs, pero luego Mumford contra Jacobs. Pero también aparecen Mr. Sudhir, un vendedor de iPhones a buen precio y de dudosa procedencia en Nehru Place, en Bombay, como ejemplo de un conocimiento de la calle a ras de suelo para imaginar la ville que mejor acoge a esa cité; y Madame Q, ingeniera civil nacida en Shanghai y que fue parte de quienes empujaron el acelerado crecimiento de esa ciudad. “Destrucción creativa,” le llama Sennet a ese proceso, tomando la frase del economista Joseph Schumpeter: “el hecho esencial del capitalismo”. Pero esa ciudad de rapidísimo crecimiento resulta muy pronto obsoleta. El “crecimiento lento,” preconizado por Jacobs, “es sólo para los países ricos”.
Sennett también habla en este libro de caminantes y de flâneurs, de exiliados y de inmigrantes, cuya fuerza reside, dice, en asumir su desplazamiento. “¿Cómo puede esto servir de modelo a otros urbanitas?” Luego imagina cómo sería una ciudad si Mr Shudir, el vendedor de teléfonos de Nehru Place, tuviera el poder para diseñar una ciudad: “El ya ha adquirido las habilidades para habitar que no pueden enseñarse en las universidades: tiene calle [street-smart]; es capaz de orientarse en entornos que no conoce; sabe lidiar con extraños; es un inmigrante que ha aprendido las lecciones del desplazamiento”. En base a su propia experiencia, Mr Shudir, el constructor de ciudades, entendería, según Sennett, “la naturaleza incompleta de la forma construida” y “lo que pasa cuando las mismas formas se repiten bajo diferentes circunstancias”. Su ciudad no tendrá una imagen única, dominante, sino será el resultado de ensamblar muchas imágenes distintas de maneras diferentes, incluso divergentes, basándose en una estrategia con cinco características: sincrónica, puntuada, porosa, incompleta y múltiple. Tras explicar estos puntos, Sennett aborda el tema de la co-producción del entorno construido como una manera de acortar la brecha entre la ville, territorio del especialista, y la cité, espacio por definición compartido por todos. La responsabilidad ética del experto se entiende precisamente en el despliegue de todas las dimensiones de esa palabra: responsabilidad: la capacidad de dar respuesta pero al mismo tiempo la obligación de responder al otro que nos interpela.
Sin responsabilidad no puede haber lo que Sennett califica como sociabilidad, que “aparece cuando los desconocidos [strangers] hacen algo productivo juntos. Sennett habla de otro imperativo ético que suma a esa forma más democrática y abierta de producir el entorno construido de la ciudad: la adaptación, que explica, a partir de la conciencia de los efectos que el cambio climático tiene, como opuesta a la mitigación. Esta busca la manera de, digamos, salirse con la suya, mientras la primera responde a las condiciones que encuentra —de nuevo: responsabilidad. Como el buen artesano, para quien un nudo en un pedazo de madera es una invitación a desarrollar sus habilidades junto con el potencial del material, en la construcción de ciudades, juntos, responder a las condiciones que nos encontramos produce mejores resultados. Parece obvio, pero recordemos que la tentación a la tabula rasa es una constante en el occidente moderno.
La urbe se construye, entonces, reconstruyéndose más que destruyéndose. Y la reconstrucción puede tener, también, de distintas intenciones. La restauración busca volver a un momento original, donde “el modelo rige sobre materiales, formas y funciones”. La reparación [remediation] busca que se vuelva a hacer lo que ya hacía, aunque su apariencia cambie: “los materiales se liberan pero hay una relación cercana entre forma y función.” En la reconfiguración, en cambio, se busca que lo que hay pueda hacer algo distinto a lo que hacía: los materiales se mantienen, pero la relación entre forma y función se distiende. La revolución, dirá Sennett, es la versión política de la reconfiguración: “La reconfiguración política no es una borradura del poder anterior, más bien es repensar cómo sus elementos se ajustan entre sí o no.” Al final estos planteamientos llevarán a Sennett a aclararnos cual es la conexión ética entre el urbanista y el urbanita: “practicar cierto tipo de modestia”. Esa es, nos dice, “la ética de una ciudad abierta”.
Richard Sennett: “Si hiciéramos lo que la gente quiere acabaríamos construyendo urbanizaciones valladas”
El sociólogo estadounidense participó este lunes en el seminario 'To gather' ('Juntarse') en el que debatirán ponentes como Saskia Sassen, Teresa Galí-Izard, Lacol, Enric Batlle, Carmen Espegel o David Gianotten, el arquitecto que dirige OMA (acceso gratuito tras inscripción)
Richard Sennett, en una imagen de archivo. EFE
Richard Sennet ha tomado prestado el subtítulo de su último libro,0 Construir y habitar: ética para la ciudad (de reciente aparición en Anagrama), de su mujer, la urbanista Saskia Sassen que —siempre indagando en lo ambiguo— contó que anda ahora empeñada en buscar la manera de hacer ciudades más éticas y menos morales. Ese libro habla de la diferencia entre la ciudad física y la ciudad construida por las percepciones. Algo así como la ciudad del hombre y la de dios, en San Agustín o la ville y la cité en francés. Como gran defensor de la complejidad, Sennett es capaz de apoyar una causa social, la participación ciudadana, y de alertar del peligro de escuchar acríticamente lo que la gente quiere.
“Debemos escuchar a la gente. Los arquitectos deben escuchar. Pero una cosa es escuchar y otra dejar de pensar. Si hiciéramos lo que la gente quiere acabaríamos construyendo urbanizaciones valladas. Segregaríamos a la población por raza, creencias o clase social. ¿De verdad consideran que se deben apoyar esos prejuicios?”
Sennett explicó que, durante años, tuvo su despacho junto al Media Lab del Massachusetts Institute of Technology. “Un centro de innovación donde están siempre dispuestos a equivocarse porque están convencidos de que de las respuestas equivocadas es de donde se aprende”. Para aclarar más esa loa a los errores, Sennett comparó el Media Lab —un laboratorio en una universidad— con Microsoft —una empresa donde se investiga—. “A Microsoft le interesa: hipótesis, prueba y resultado. Pero a ese tipo de investigación, que prima acortar el tiempo de investigación, en el MIT lo llaman creepy science”.
Sennett habló del miedo a los inmigrantes y dijo que la gente que lo sentía se estaba equivocando de miedo: “Es a la automatización del trabajo a lo que hay que tener miedo
La diferencia entre el Media Lab del MIT y Microsoft le sirvió a Sennett para distinguir entre las ciudades abiertas y las cerradas, las complejas y las claramente comprensibles. Él es un defensor de lo complejo y lo abierto. Cree que los límites deben ser porosos, como el que separa el mar de la arena que se rehace continuamente. Por eso defiende lugares como Nehru Place, en Nueva Delhi, donde se juntan mercados de informática, paseantes, productos nuevos y viejos y, sobre todo, hindúes y musulmanes. Sennett está en contra de cualquier decisión urbana que aísle. Invita a apropiarse de los lugares, es decir, a utilizarlos, y cree que es la utilización que la gente hace de un espacio público lo que crea el sentido de lugar, no una imposición arbitraria.
Por otro lado, el autor de La corrosión del carácter declaró estar totalmente en contra del mantra moderno: la forma sigue a la función. “Simplemente porque esa es la receta para crear obsolescencia programada”, dijo. Para ilustrar esa idea contó que Norman Foster diseñó la estación de coches eléctricos bajo Masdar, la publicitada como ciudad 100% sostenible que es, en realidad, un barrio, aislado, junto a Abu Dabi. ¿Qué ocurrió? “Que para cuando la estación estuvo lista, los del Media Lab del MIT habían conseguido diseñar coches eléctricos más pequeños. Como consecuencia, resultaba peligroso aparcar en los muelles que habían construido para cargar los coches. La estación se cerró”.
Por último, Sennett habló del miedo a los inmigrantes y dijo que la gente que lo sentía se estaba equivocando de miedo: “Es a la automatización a lo que hay que tener miedo. Desde UN Habitat alertamos de que en 35 años el 35% de los trabajos urbanos estarán automatizados. Esos empleos no se recuperarán. El Partido Laborista británico no incluye en su programa la más mínima preocupación por la automatización. Y el mundo anglosajón es una cultura en la que la ética del trabajo es fundamental para desarrollar el amor propio. Esa esencia está ahora amenazada”.
FESTIVAL KOSMÓPOLIS
R.Sennett:"El capitalismo está construyendo la misma ciudad en todo el mundo"
EFEBarcelona20 mar. 2019
El destacado sociólogo norteamericano Richard Sennett inaugura el festival literario Kosmopolis 2019 con una sesión en el CCCB en la que conversa sobre su reciente libro "Construir y habitar. Ética para la ciudad", un ensayo en el que propone repensar el urbanismo para mejorar las ciudades del futuro. EFE
El sociólogo norteamericano Richard Sennett ha inaugurado este miércoles el festival literario Kosmopolis 2019 del CCCB con una ponencia en la que ha advertido de que "el capitalismo global está construyendo la misma ciudad en todo el mundo".
"Cuando un avión desciende no sabes dónde estás porque las formas físicas de las ciudades están estandarizadas", se ha lamentado el sociólogo, que ha mostrado su preocupación porque esta homogeneización formal de la construcción acabe estandarizando a los habitantes de las ciudades y sus vidas.
Sin embargo, el ponente ha reconocido que no se puede volver al pasado, pero ha reivindicado que se debe encontrar alguna manera de "romper este poder hegemónico que está eliminando las particularidades de las urbes".
Sennett presentaba este miércoles su libro "Construir y habitar. Ética para la ciudad", un ensayo en el que repiensa el urbanismo de las ciudades del futuro y se pregunta por uno de los problemas éticos de las metrópolis actuales: el debate sobre si el urbanismo debe representar a la sociedad tal como es o tratar de cambiarla.
En estas ideas juegan un papel esencial los planificadores y arquitectos, quienes, según el sociólogo, deberían "crear ciudades abiertas, interactivas y sinérgicas, que promuevan la tolerancia de las diferencias y la igualdad".
En cuanto a los problemas de las grandes capitales mundiales, como el turismo masivo y la gentrificación, Sennett ha asegurado que existen herramientas para combatirlos, pero ha rechazado que el diseño sea una solución, tachándolo simplemente de "instrumento para resistir" durante un tiempo a la dominación.
Preguntado por la ciudad ideal, el norteamericano ha admitido que, en su opinión, "el mejor urbanismo es aquel que no fuerza a la gente a conversar, pero que les permite sentir la presencia física de los otros mientras cada uno vive su vida".
Además, Sennett ha afirmado que los urbanistas no deberían empeñarse en solucionar los problemas de desigualdad social en las ciudades con sus trabajos, ya que "lo que le importa a las capas más bajas de la sociedad no es donde vivir, sino cómo sobrevivir".
Richard Sennett (Chicago, 1943) es un sociólogo estadounidense adscrito al movimiento filosófico del pragmatismo, que trata de unir el pensamiento a las prácticas concretas de las artes y las ciencias, la economía política y la religión, en una búsqueda de problemas filosóficos anclados en la vida cotidiana.
Es profesor emérito de Sociología en la London School of Economics, profesor adjunto de Sociología en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y profesor de Humanidades en la Universidad de Nueva York, además de ser miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias, de la Royal Society of Literature de Gran Bretaña y director fundador del New York Institute for the Humanities.
Por su parte, Kosmopolis, "la fiesta de la literatura amplificada", es un encuentro literario bienal que se celebra en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) desde 2002 y que cuenta con una programación en la que conviven diálogos, exposiciones y proyecciones, entre otras actividades.
La reconquista del espacio público
La Bienal de Venecia, el Premio Europeo de Espacio Público y varios libros analizan la amenaza de privatización de las ciudades y las iniciativas cívicas para combatirla
Fuente pública en Guimarâes (Portugal). DINIS SOTTOMAYOR
El pabellón de Luxemburgo en la Bienal de Arquitectura de Venecia —abierta hasta el 25 de noviembre— tiene un pasillo muy estrecho donde se concentran los visitantes. Está rodeado de maquetas casi inaccesibles de los nuevos rascacielos de la capital. ¿La razón? El viandante se mueve en un 8% del pabellón, “el porcentaje de espacio público que queda en Luxemburgo”, se lee al final del corredor. ¿Un país privatizado es una empresa o un Estado?
Se suele describir el ágora griega —un lugar para el comercio y la cultura donde se intercambiaban ideas y mercancías— como el primer espacio público. La urbanidad, el respeto hacia los demás, se aprende en ese ámbito que el agresivo urbanismo de hoy, orientado casi exclusivamente hacia la rentabilidad, condena a la extinción en urbes de crecimiento acelerado, como Dubái o São Paulo, en las que es difícil caminar sin jugarse la vida. El espacio público se redefine, sin embargo, en propuestas temporales —como huertos urbanos o baños colectivos— en las megalópolis informales africanas, asiáticas e iberoamericanas. También en las urbes europeas que se mueven entre la creciente dependencia del turismo y la turismofobia.
Gasolinera-plaza en Ámsterdam. En 2014, Sophie Valla salvó de la demolición dos gasolineras abandonadas para convertirlas en plazas públicas cubiertas. MARCUS KOPPEN
¿Qué está ocurriendo? Mientras buena parte de la arquitectura que se levanta en el mundo evita responsabilizarse de la construcción y del mantenimiento del espacio público —por su nula rentabilidad económica y por su carácter democrático—, la autoconstrucción —que está detrás de un tercio de las viviendas del planeta— lo reclama. En la citada São Paulo, favelas como Paraisópolis se han convertido en barrios de clase media necesitados de lugares comunes. En Medellín (Colombia), la instalación del metrocable en la colonia Santo Domingo Savio dio lugar a plazas y campos de juego. También en ciudades con un urbanismo formal —es decir, planificado— como Berlín, Detroit o Zaragoza, los descampados reconvertidos en zonas de recreo conviven ahora con la arquitectura reglada.
Pero hay más paradojas. En muchas urbes europeas y norteamericanas el espacio público está cada vez más vigilado por cámaras de seguridad “mientras algunos edificios privados se hacen accesibles durante el día”, como explica la arquitecta angloiraní Farshid Moussavi. En esa línea ambigua, muchos Ayuntamientos llenan las aceras de terrazas —que convierten la calle en un lugar de pago— y de asientos individuales que tratan de evitar que los sin techo duerman en los bancos afeando las calles. Por eso parece necesario plantear cuán público es hoy el espacio común que ha definido las ciudades mediterráneas desde sus inicios y sentado las bases de su modelo de urbanismo.
El turismo puede ser tan depredador para una ciudad como el colonialismo para un país, avisa Marina Garcés
Aunque lo primero que el arquitecto indio Charles Correa diseñó en Bombay fueron bancos “para que durmiesen los miles de personas que llegan a diario en busca de una vida mejor”, los pinchos disuasorios proliferan hoy en los alféizares de los escaparates para impedir que la gente se siente en la calle. “Queremos ciudades en las que pasee la gente, pero solo la gente guapa, limpia y rica”, opina el antropólogo Manuel Delgado. La libertad que se reclama desde la ambigüedad del lema Freespace de la presente Bienal de Venecia —que quiere que la arquitectura sea generosa, pero evita posicionamientos políticos— contrasta con la denuncia de ensayos recientes que urgen a repensar nuestro actual modelo de ciudad, como los de Marina Garcés —Ciudad Princesa (Galaxia Gutenberg)— o Richard Sennett —Building and Dwelling: Ethics for the City (Farrar, Straus and Giroux), Construir y habitar. Ética para la ciudad, de próxima publicación en Anagrama—.
¿Quiénes utilizan los espacios públicos de las ciudades?, se pregunta Garcés mientras describe a los turistas como el paroxismo de la indiferencia: “Consumen sin valorar ni evaluar las consecuencias de su impacto económico”.
En su libro, la filósofa barcelonesa hace el ejercicio de aplicar a la industria turística masiva el análisis que el economista Alberto Acosta —candidato a la presidencia de Ecuador en 2013— aplicó a la explotación colonial y la conclusión es elocuente: el turismo es una nueva modalidad de colonialismo. Como este, produce dependencia económica al concentrar toda la actividad en una sola fuente, genera riqueza rápida y pobreza a largo plazo, no calcula el valor de lo que destruye, crea “zonas de excepción” jurídica y urbana y acaba con la diversidad social.
“Es la flexibilidad de la imperfección la que permite la convivencia de culturas, costumbres y economías diversas”, opina el urbanista brasileño Jaime Lerner, padre del modelo de ciudad sostenible que fue Curitiba en los años ochenta y que el pasado día 14 acudió a Pamplona para participar en el congreso Menos arquitectura, más ciudad. Lerner se refiere a los mercados callejeros que conviven con las tiendas de alta costura en las calles de Roma, pero también a la legislación que protege a ese mercado local aunque marcas multinacionales estén dispuestas a pagar mucho más por el lugar que ocupan. También el sociólogo estadounidense Richard Sennett defiende la informalidad, “los espacios sin acabar para que la gente pobre no esté incómoda en lugares públicos”.
Piscina en Bucarest. La instalación temporal construida por StudioBasar en la calle Arthur Verona sustituyó en el verano de 2014 a los coches aparcados. STUDIOBASAR
¿Conseguirá Europa mantener su espacio público como el salón de sus habitantes o pasará a ser el escenario por el que desfilarán quienes visiten el continente convertido en parque temático de su propia historia? Que el espacio público se resista a menguar depende de los ciudadanos. Y esa resistencia lo reinventa. Ya no son solo las aceras o las plazas los lugares para el encuentro, el descubrimiento, el conflicto o la reivindicación. También pueden serlo las infraestructuras: puentes, senderos, márgenes de los ríos, carriles bici o una fuente en la que refrescarse en verano.
Tal vez sea necesario recordar que muchos parques públicos nacieron de decisiones políticas, cesiones de terratenientes y poderosos y de reclamaciones ciudadanas iniciadas en el siglo XIX. También hoy, mejoras en la iluminación o la instalación de ascensores urbanos llegan tras pioneras demandas vecinales. Por eso, en el décimo aniversario del Premio Europeo de Espacio Público, fallado el pasado miércoles, el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) demuestra cómo ha evolucionado este concepto. Este año, junto a la peatonalización de la plaza Skanderbeg de Tirana (Albania), que resultó ganadora, competían por el galardón una cocina comunitaria en un poblado de la Costa da Caparica (Portugal), la iniciativa de las supermanzanas barcelonesas para reducir el tráfico y ganar espacio verde y una explotación minera convertida en parque en Essen (Alemania).
Colegio en Medellín. Levantado en 2008 en la colonia Santo Domingo Savio por Obranegra Arquitectos, la cubierta del centro escolar es una plaza mirador. CARLOS PARDO
El espacio público refleja la convivencia y el conflicto. Allí se hace historia y se desarrolla la vida cotidiana. A veces se planifica y otras se improvisa. Pero lo que lo define es siempre lo mismo: el acceso universal. Por eso es un lugar de mezcla que hace visibles los problemas y muchas veces también hace posibles sus soluciones.
Hoy, cuando se cuestiona su falta de rentabilidad, se intenta adulterar su naturaleza abierta limitándolo y vigilándolo, y cuando la gentrificación —la expulsión de los habitantes de un barrio al aumentar los precios de los alquileres— o la commodificación —adquisición de fincas no para vivir en ellas sino como bien de inversión— lo ponen en peligro, su conservación se ha convertido en un asunto más político y social que arquitectónico. Así, muchos barceloneses prefieren que sus calles carezcan de las zonas ajardinadas que prometen las supermanzanas si el precio a pagar es un aumento del alquiler que terminará expulsándolos del barrio. Que son los ciudadanos y no los edificios los que hacen una ciudad lo escribió ya Aristóteles en su Política.
Plaza en Tirana. La reconquista de 100.000 metros cuadrados de la plaza Skanderbeg de la capital albanesa acaba de ganar el Premio Europeo de Espacio Público.
El espacio público inaccesible es un oxímoron contra el que se puede legislar. Algunos ya lo han hecho. En abril el Ayuntamiento de Palma de Mallorca prohibió el alquiler turístico de pisos. El de Pontevedra hace tiempo que solucionó sus problemas de tráfico y contaminación y el riesgo de vivir con “una infancia expulsada de las calles” cuando su alcalde, el médico Miguel Anxo Fernández Lores, propuso defender el “derecho al espacio público” al llegar a la alcaldía. Lo hizo reduciendo la circulación de coches un 97% al tiempo que crecía la economía terciaria.
Los problemas globales pueden tener soluciones locales. “Son los Ayuntamientos los que legislan contra el capitalismo global para proteger las ciudades”, opina Sennett, defensor de los lugares públicos “conquistados desde abajo”. No por casualidad, la plaza Tahrir en El Cairo o la Puerta del Sol en Madrid dieron nombre a las protestas que, desarrolladas en ella, recuerda la socióloga turca Nilüfer Göle. Göle habla de “una nueva gramática urbana”: la ciudad que hacemos con nuestros gestos cotidianos, parándonos ante un paso de cebra o no, controlando los prejuicios o el miedo. “Cuantas más personas haya en las calles, menos policía necesitaremos”, clamaba la pionera del urbanismo participativo Jane Jacobs, que consiguió que la neoyorquina Washington Square se convirtiera en una plaza y no en un nudo de autopistas.
Huerto urbano en Bruselas. Este huerto diseñado por iniciativa ciudadana como instalación temporal en 2014 en el barrio de Molenbeek fue convertido en permanente en 2017.
Son muchos los autores que han escrito contra la defensa cívica de las calles a partir del clásico sesentayochista de Henri Lefebvre El derecho a la ciudad, pero no se trata solo de poder entrar en una ciudad o de instalarse en ella, se trata también de poder cambiarla. En ese sentido, la antropóloga brasileña Teresa Caldeira habla en el ensayo Europe City, Lessons from the European Prize for Urban Public Space (CCCB / Lars Müller Publishers) de “los habitantes del sur que solo pueden permitirse habitar en ciudades si, directamente, las construyen”. Caldeira considera que en el proceso de levantar sus propios barrios los recién llegados se transforman en “sujetos políticos conocedores de sus derechos”. Por eso, esta profesora de Berkeley está convencida de que Europa no puede ser ya modelo para la creación de las nuevas ciudades autoconstruidas.
¿Se ha tendido a legislar en exceso el espacio de todos para que pueda seguir siéndolo? Muchas de las propuestas recientes defienden, por ejemplo, un uso cambiante de las calzadas. Si el estudio Basar montó en la calle Arthur Verona de Bucarest una piscina para niños en el lugar donde antes aparcaban los coches, en Guimarães (Portugal) bastó con cambiar la normativa para que las fuentes se transformaran en piscinas públicas. Al este de Londres, el Coriander Club de Spitalfields nació como un huerto sembrado por mujeres de Bangladés para cultivar las verduras que no encontraban en las tiendas y se ha convertido en un lugar de socialización para inmigrantes que apenas salían de sus casas.
Un huerto en Londres es hoy el lugar de socialización de mujeres inmigrantes que apenas salían de sus casas
Richard Rogers, autor del Centro Pompidou y asesor de la alcaldía londinense durante la larguísima urbanización de la orilla sur del Támesis, defiende todavía el urbanismo mediterráneo: “En Inglaterra tenemos el club para los privilegiados y el pub para los trabajadores; la calle es el lugar donde ambos se encuentran”. El espacio público es siempre una incógnita. No tiene garantía de uso ni de éxito. Ni siquiera quienes lo planifican, regulan o reclaman pueden saber si terminará usándose para jugar, para protestar o para someter. Tal vez por eso, la democracia, que nació en las ciudades, sigue teniendo en ellas su mayor esperanza.
LECTURAS A PIE DE CALLE
Ciudad Princesa Marina Garcés Galaxia Gutenberg
Ciudadanismo Manuel Delgado Catarata
El derecho a la ciudad Henri Lefebvre Introducción de Manuel Delgado Traducción de Ion Martínez Lorea y J. González-Pueyo Capitán Swing
Europe City: Lessons from the European Prize for Urban Public Space Diane Grey (ed.)CCCB / Lars Müller Publishers
Construir y habitar. Ética para la ciudad Richard Sennett Anagrama (se publica en 2019)
Construir, destruir y habitar ciudades
16 febrero 2016
En Nuestra Señora de París, Victor Hugo describe la panorámica de la ciudad vista desde las torres de la catedral. Es una visión urbana incapaz de abarcar el conjunto de la ciudad, ya que en el siglo XIX el crecimiento de las ciudades desborda las murallas y otros límites tradicionales. Algo similar sucede con la panorámica urbana de la ciudad de Nueva York que puede verse en La invención de lo cotidiano. Michel de Certeau contempla la ciudad desde una de las torres del ya desaparecido World Trade Center. Desde ahí, no puede ver nada, salvo la neutra y abstracta uniformidad de la cuadrícula dibujada por el trazado de las calles. Si la frustrada panorámica de la ciudad de París de Victor Hugo alertaba sobre la inutilidad de refugiarse en viejas panorámicas ordenadas, como la del bello y monumental París medieval, Michel de Certeau sugiere que hay que descender de las torres y hacerse cargo de la ciudad mediante el rencuentro con las prácticas ordinarias de quienes la habitan.
Estas dos referencias resultan imprescindibles para cualquier autor que quiera abordar, como es el caso de Marta Llorente, el estudio de las ciudades y de sus múltiples transformaciones a lo largo de la historia. La ciudad: huellas en el espacio habitado es un ensayo de enorme ambición humanística donde se explica cuáles han sido los modelos de ciudad más relevantes a lo largo de la historia de Occidente y las comunidades que los han habitado. La idea fundamental de este ensayo consiste en mostrar cómo en la morfología de cada ciudad ha quedado registrada información sobre el modo en que convivieron sus habitantes y los diferentes conflictos de intereses que tuvieron lugar en ella. En esto, la autora se aleja de libros tan conocidos como La ciudad en la historia, de Lewis Mumford, que ilustraba a través de las ciudades los logros del proceso civilizatorio y convertía a veces los espacios urbanos en documentos o planos con los que demostrar las virtudes del progreso en Occidente.
El libro quizás más cercano a La ciudad: huellas en el espacio habitado es el que escribió Richard Sennett, La carne y la piedra. Sennett también seleccionó diferentes episodios urbanos para revelar cómo había que interpretar la invención de las ciudades según la imagen ideal que se había tenido del cuerpo humano en cada momento de la historia. Las ciudades serían lugares soñados de plenitud y coherencia en función de la imagen ideal que se tenía de los ciudadanos destinados a habitarlas. Pero para Sennett las ciudades también son el producto de la percepción sensible que tenían esos ciudadanos de sus propios cuerpos y sus carencias: el espacio frustrado donde el sueño de plenitud y coherencia se resquebraja por el dolor y la improvisación de los sujetos que las habitaron realmente. En el libro de Marta Llorente esta misma tensión se da bajo la forma de lo que ella llama la “inscripción” –el proyecto o la voluntad de dar forma– y la “huella” –la experiencia real que los habitantes imprimen en el territorio de la ciudad.
Gracias a esta dialéctica, por ejemplo, podemos apreciar la complejidad que esconde la morfología de la polis griega. Esta ciudad tendría tanto que ver con la emergencia de una comunidad que fundaba espacios públicos de encuentro y debate como con la amenaza que sentía la recién nacida conciencia individual y política ante el poder que podría llegar a alcanzar lo público. Esta tensión entre la inscripción y la huella orienta el análisis de los diferentes modelos urbanos que desfilan a lo largo de los ocho capítulos, desde los primeros asentamientos prehistóricos hasta las ciudades contemporáneas. En los centros urbanos de la España moderna, por ejemplo, las formas racionales de la construcción convirtieron las ciudades en eficaces decorados donde escenificar el castigo público, y los documentos de la época confirman que, efectivamente, el aparato inquisitorial señaló a los culpables y grabó en las calles, en sus casas e incluso sus cuerpos, la amenaza de lo que podría avecinarse sobre el resto de los ciudadanos. Sin embargo, en los muros de las edificaciones de esas mismas ciudades han quedado también inscritos los rastros del crimen que los victimarios olvidaron eliminar una vez finalizado el ritual del castigo. Las huellas del dolor de las víctimas, que pasaron desapercibidas ante los victimarios o que simplemente desestimaron, hoy nos devuelven el recuerdo de aquellos acontecimientos y permiten también imaginar qué experiencia del espacio tuvieron los condenados, de la que nada nos dicen los documentos oficiales.
El último capítulo merece especial mención. Se organiza alrededor de la panorámica urbana de las ciudades europeas destruidas por los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Vistas desde la distancia de los aviones que sobrevuelan las ruinas, las ciudades revelan con nitidez sus antiquísimos trazados originales, que perviven a pesar de todo, y que pautarán las futuras reconstrucciones y los nuevos usos que darán los ciudadanos a los espacios. Al detenerse el libro aquí, en las ruinas urbanas de la Segunda Guerra Mundial y sus reconstrucciones, se evita cualquier alusión a lo que hoy difícilmente podemos considerar una ciudad. La inscripción sin huella ni es espacio habitado ni memoria de comunidad. Por eso no se habla en el libro de las restauraciones parquetematizadas de ciudades en las que no queda rastro ni de la erosión ni de la destrucción; ni se escribe acerca de los grandes complejos vecinales de propietarios que se protegen y aíslan frente a los peligros y los imprevistos de las grandes metrópolis. ~
· Álex Matas
(1976) es profesor de teoría de la literatura comparada en la Universidad de Barcelona. En 2010 publicó La ciudad y su trama (Lengua de Trapo), que obtuvo el VIII premio de ensayo Caja Madrid.
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