RESUMEN
Durante los
últimos años han aparecido algunas críticas al pensamiento complejo de Edgar
Morin en las cuales se atribuyen a este autor pretensiones que nunca tuvo y
planteamientos teóricos que jamás defendió. El presente texto, en el que el
mismo Morin explica y clarifica tanto su idea de método como su noción de
complejidad, nos permite obtener una comprensión más cabal de su método de la
complejidad y de su propuesta de un pensamiento complejo. De ese modo, el texto
contribuye a desmontar las críticas referidas y pone de manifiesto cómo estas
están basadas en malentendidos, incomprensiones y tergiversaciones de las
propuestas epistemológicas formuladas por Morin.
1. Introducción
El coloquio
que, en junio de 1986, se celebró en Cerisy sobre mis propuestas metodológicas
y epistemológicas (1) me ayudó a captar mejor la unidad de las dos grandes
etapas de mi trabajo como investigador: mi tentativa posterior a 1975 de
formular un “método” o una “epistemología” ha sido un esfuerzo por enunciar en
el plano de los conceptos y de la conciencia reflexiva eso que buscaba y utilizaba
de manera espontánea en todo lo que escribí antes de 1975, Autocrítica, El
hombre y la muerte, El espíritu del tiempo y La metamorfosis de
Plezévet (obra, esta última, que puede ser el estudio más singular que haya
hecho, el más hic et nunc). Todo lo que escribí antes de El método portaba
de modo inconsciente y embrionario la problemática que en lo sucesivo intenté
trabajar, formular de manera consciente y articulada. Dicho de otra forma, mi
obra apelaba de algún modo a lo que llamo método, el cual me reenvía a mis
obras anteriores y las clarifica (2).
Por otra
parte, si se ha observado bien la diversidad de mis intereses y preocupaciones,
creo que es necesario a la vez no separar demasiado ni tampoco unificar en
exceso. Tomemos, por ejemplo, el problema político. Bien entendido, hay una
conexión entre mi interés político y mis otros intereses. Toda mi preocupación
política está marcada por el problema de la complejidad: la dificultad de
responder a dos exigencias antagónicas, los cambios en los asuntos urgentes, la
deriva del sentido de nuestras acciones, el problema de la apuesta en la
incertidumbre. De ningún modo deduzco una ética o una política de un
conocimiento; y, en este sentido, soy absolutamente clásico. Pero, dicho esto,
es verdad que percibo una profunda relación entre conocimiento, política y
ética. Así, veo una profunda relación entre la problemática de la ecología de
la acción (de la incertidumbre de la acción) y la de la apuesta, con mi idea de
la edad de hierro planetaria (que me vino cuando escribí Autocrítica en
1958), así como con mi idea de prehistoria del espíritu humano (que,
durante el transcurso de los últimos años, me resulta cada vez más evidente).
En efecto, a la inversa de quienes creían que habíamos llegado a los últimos momentos
del conocimiento científico, de la elucidación del hombre y del pensamiento
filosófico, estoy persuadido de que, por el contrario, estamos en una época de
recomienzo que no termina aún de nacer, en un periodo agónico.
Nos
encontramos, no en los momentos supremos, sino en la prehistoria del espíritu
humano. Así pues, y esto es capital para mí, hay una relación fundamental entre
“la edad de hierro planetaria” (es decir, los problemas que tiene la humanidad
hoy), la prehistoria del espíritu humano (es decir, la necesidad de desarrollar
nuestra inteligencia y nuestras competencias) y el problema de eso que yo
llamo método.
Gazeta de Antropología, 2012, 28
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