Herbert Marcuse (1898-1979),
uno de los miembros más beligerantes de la primera generación de la Escuela de
Frankfurt (1), es uno de los referentes más significativos de la filosofía
crítica y del uso que se ha hecho de ella en forma de consciencia social,
política y humana, en todos sus ámbitos.
En 1978, poco antes de su
muerte, Marcuse concede una entrevista al profesor Bryan Magee, donde aborda
las grandes cuestiones por las que ha transitado su pensamiento desde sus
inicios en el pensamiento crítico. Y en ella analiza, quizás de un modo más
claro que a través de su obra escrita, las claves del funcionamiento actual del
sistema, los peligros inherentes (y en la actualidad explícitos) al modelo
capitalista, así como la deuda del propio Marcuse para con Marx sobre el
estudio tan profundo que este llevó a cabo de la historia y de la sociedad en
la que se inserta su pensamiento, a pesar de salvar ciertas distancias, matizar
algunas de las propuestas marxistas e incluso rechazar otras por su
inviabilidad en el mundo actual (2).
Algunas de esas ideas y
tesis que Marcuse expone en esta charla representan claramente las raíces de
los movimientos sociales y políticos actuales erigidos contra un sistema
devastador por las desigualdades e injusticias que genera, por la acumulación
de capital y poder que concentra en sectores muy reducidos y por la destrucción
que lleva a cabo de nuestro entorno, de nuestro ecosistema vital, y en un
sentido más puramente filosófico y psicológico, de nuestro mundo interior.
Por ello, creo necesario
atender a la labor que la Escuela de Frankfurt, y en este caso concreto
Marcuse, desarrollaron al desvelar las claves de los mecanismos empleados por
el orden imperante para perpetuarse en el dominio y el control ejercido sobre
una ciudadanía que creían poder adoctrinar bajo el signo del llamado estado del
bienestar, el ocio dirigido, las nuevas tecnologías al servicio del sistema
para disuadir las conciencias y la crítica, y la triunfante sociedad de
consumo, uno de los mayores logros del capitalismo. El propio Marcuse
sintetizaba los principios y aspiraciones del sistema capitalista resumiéndolos
bajo el lema "Vivir para trabajar. Trabajar para consumir", lo que
consigue de manera eficaz a través de una serie de mecanismos de control que
tanto Marcuse como el resto de miembros de la Escuela de Frankfurt ponen de
manifiesto, en un intento por devolver a la ciudadanía la consciencia que el
sistema le ha arrebatado, sustituyéndola por toda una suerte de actitudes
impasibles, imperturbables, casi como si de una ataraxia social se tratase,
ante un mundo que se desmorona, para unos más que para otros, fruto de la
desigualdad connatural al modelo imperante.
Es en su obra El hombre unidimensional (3) donde
Marcuse analiza en profundidad este nuevo tipo de ser humano al que ha dado
lugar el sistema capitalista, el individuo medio occidental al que, por lo
general, se le cubren sus necesidades más primarias al mismo tiempo que se le
crean otras absolutamente ficticias, dando lugar a una insatisfacción constante
y a un impulso de expansión inagotable, coincidiendo con los propios conceptos
capitalistas de acumulación, concentración, avaricia, ambición y crecimiento
permanente. Son las actitudes más destacadas de lo que comúnmente se denomina
el sueño americano (4), donde cualquier persona puede llegar a lo más alto del
poder económico, social o político con su trabajo y esfuerzo.
Pero la realidad es algo más oscura en este punto, puesto que para ello no solo podemos servirnos del trabajo y el esfuerzo, sino que hemos de incorporar al proceso nociones tan familiares para la élite dominante como explotación, alienación, corrupción, especulación en su sentido más despreciable, extorsión y sobre todo estar imbuido completamente por la necesidad de poder y dominación para conseguir dicho enriquecimiento en todos los ámbitos por medios que van más allá del trabajo y el esfuerzo. Cierto es que este macronivel solo se reserva a los más versados en estas actitudes alineadas con los principios más feroces del capitalismo. Al resto de occidentales se les dedica los cada vez menos esfuerzos por parte del sistema, dado el proceso permanente de adoctrinamiento, de insuflar esas falsas necesidades de las que hablábamos, insertándolas en un bucle de consumo insaciable. "Vivir para trabajar. Trabajar para consumir": la definición más acertada del ser humano occidental, de ese hombre unidimensional.
Pero la realidad es algo más oscura en este punto, puesto que para ello no solo podemos servirnos del trabajo y el esfuerzo, sino que hemos de incorporar al proceso nociones tan familiares para la élite dominante como explotación, alienación, corrupción, especulación en su sentido más despreciable, extorsión y sobre todo estar imbuido completamente por la necesidad de poder y dominación para conseguir dicho enriquecimiento en todos los ámbitos por medios que van más allá del trabajo y el esfuerzo. Cierto es que este macronivel solo se reserva a los más versados en estas actitudes alineadas con los principios más feroces del capitalismo. Al resto de occidentales se les dedica los cada vez menos esfuerzos por parte del sistema, dado el proceso permanente de adoctrinamiento, de insuflar esas falsas necesidades de las que hablábamos, insertándolas en un bucle de consumo insaciable. "Vivir para trabajar. Trabajar para consumir": la definición más acertada del ser humano occidental, de ese hombre unidimensional.
En
la mencionada entrevista con el profesor Magee, Marcuse adelanta muchas de las
situaciones de carácter político y social con las que habríamos de lidiar en
los próximos años, atendiendo a la propia evolución del sistema capitalista y a
su afán desmedido de crecimiento, poder y dominio. La globalización, a pesar de
ser un concepto inherente a la idiosincrasia de este sistema desde sus
orígenes, se materializa de manera efectiva en las últimas décadas, a través de
tres vertientes diferenciadas y al mismo tiempo alineadas, de tal forma que
acaben confundiéndose entre ellas, amalgamando principios y propósitos comunes,
como ocurre en la actualidad: política, economía y cultura, en el sentido más
occidental del término, cuyos respectivos representantes directos son el neoliberalismo,
el capitalismo y el pensamiento único.
La hábil confluencia de
estos tres paradigmas conforma la realidad de nuestra historia reciente. Se
trata, en primer lugar, de un sistema económico, el capitalista, creado para
generar las mayores cotas de concentración de riqueza jamás concebidas, al
mismo tiempo y ritmo que produce las tasas más altas de pobreza, miseria y
desigualdad. He aquí una de las grandes contradicciones inherentes a un sistema
que aboga por un crecimiento infinito sustentándolo sobre recursos finitos. Y
es también una de las razones por las que Marx vaticinó el futuro colapso de
este sistema en un plazo medio, dada la insostenibilidad del mismo.
Precisamente Marcuse es
interpelado por un ingenuo profesor Magee, quien se opone al hecho
incuestionable en la actualidad del poder ejercido por la macroeconomía sobre
la política y la supeditación de los gobiernos democráticos a los mercados
financieros que dirigen el mundo, a explicitar aquellas cuestiones sobre las
que se equivocó Marx en su análisis y futura progresión del capitalismo. La
historia y los propios miembros de la Escuela de Frankfurt convienen en señalar
dichos fallos de predicción y de ejecución, en cuanto a los regímenes
comunistas surgidos en el S.XX se refiere. Pero hay otras muchas cuestiones
sobre las que el análisis de Marx resulta tan exhaustivo y acertado que Marcuse
sigue defendiéndolo con las matizaciones, revisiones y adaptaciones
pertinentes, según argumenta a su interlocutor.
Pues independientemente de
la afinidad ideológica o no que pueda establecerse con el marxismo, o más
correctamente, con Marx (5), para Marcuse es innegable la importancia de su
trabajo al llevar a cabo uno de los análisis más profundos y clarividentes del
sistema capitalista realizados hasta el momento, de su funcionamiento interno,
de los mecanismos que lo hacen posible y de sus pretensiones últimas.
Más allá de su filosofía de
la historia, y de la dialéctica que el joven Marx hereda de Hegel, y de su
concepto del trabajo y del ser humano, incluso más allá de sus predicciones y
vaticinios (muchos erróneos y otros acertados), Marx analiza los entresijos del
sistema para intentar demostrar que el modelo económico adoptado por una
determinada sociedad o comunidad, determina y condiciona el resto de factores
insertos en dicha sociedad. Es solo una teoría, despreciada por muchos y
venerada por tantos otros, pero la humilde observación del curso de la historia
en su totalidad, en sus diferentes etapas, en sus distintos acontecimientos y
contextos, puede llevarnos a plantear la posibilidad del acierto de Marx al
introducir los interesantes conceptos de infraestructura y superestructura, con
los que técnicamente podemos referirnos a esta idea.
Según Marx, toda estructura
social está determinada por el modelo económico adoptado previamente por dicha
sociedad o comunidad. Este es el concepto más originario de infraestructura en
la teoría marxista. Un modo concreto de economía, de sustento, dará lugar a una
forma determinada de sociedad, acorde con sus mecanismos económicos, y no al
revés. Por tanto, si cambiamos el sistema económico imperante, el capitalismo,
por otro modelo económico basado en parámetros diferentes, de ello resultará un
tipo distinto de sociedad. He aquí, a grandes rasgos, pues no estamos
atendiendo a la lucha de clases de la que habla el marxismo, la visión
histórica y social del ser humano que mantiene Marx, y una de las tesis que
Marcuse sigue defendiendo.
Como decíamos, se trata solo
de una teoría más de las muchas con las que contamos a este respecto. Pero es
innegable que el sistema capitalista, que comienza siendo, como apunta Marx, un
modelo económico concreto, no se detiene exclusivamente en este ámbito, sino
que se encuentra revestido de una serie de valores, de actitudes, de principios
y de mecanismos propios de funcionamiento que hacen identificar a una sociedad
o cultura como capitalista y no solo por su sistema económico. Es en este punto
donde entra en juego el concepto de superestructura. Según Marx, todo orden
económico necesita de un soporte que lo justifique y que mantenga vigente el
poder adquirido, es decir, toda infraestructura necesita de una
superestructura.
Marx observa que este hecho
se repite en nuestra historia al menos desde la Antigüedad. Se instaura un determinado
sistema económico (6) que, al mismo tiempo, genera un tipo de sociedad concreta
y para que este status quo se mantenga, se requiere de una serie de mecanismos
y estrategias, especialmente ideológicas, que cumplan con esa labor de
perpetuación a través del adoctrinamiento, del miedo, del entretenimiento o de
las libertades ilusorias. En su época, Marx cita como principales formas de
superestructura a la Filosofía, el Derecho, el arte o la religión. No en vano,
para ejemplificar esta idea, Marx populariza la famosa expresión, empleada ya
por muchos antes que él, que afirma que "la religión es el opio del
pueblo".
La Escuela de Frankfurt y el
propio Marcuse como miembro de ella, llevan a cabo un profundo análisis de
estas superestructuras y el papel que juegan en la actualidad como anuladoras
de consciencia, en ese intento por mantener el orden hegemónico y disuadir
cualquier atisbo de rebelión o disidencia ante el mismo, contribuyendo así a
generar toda una suerte de conformismo, resignación y pasividad ante la
realidad que contemplamos. Ellos se centraron en los elementos más destacados
de su tiempo a este respecto, tales como la radio, la publicidad o la
televisión, con los que no tuvo que toparse Marx. Pero también inciden en
aquellos que su predecesor mencionaba con especial interés, por su capacidad
para sustentar al modelo dominante, como la Filosofía, una determinada
filosofía y corriente de pensamiento auspiciada desde el sistema establecido;
el Derecho o un sistema de justicia favorable a aquellos que ostentan el poder;
la religión, que mantiene su papel redentor y de consuelo ante las injusticias
del mundo sin plantearse eliminarlas, puesto que los grandes poderes religiosos
forman parte del mismo entramado capitalista que las élites se esfuerzan por
mantener; o el arte, que se convierte en una mercancía más, sujeto a los mismos
patrones que rigen el mundo moderno (7).
En la actualidad esas
superestructuras se hacen más necesarias que nunca para seguir sosteniendo al
modelo capitalista a pesar de la creciente desafección de la ciudadanía en los
últimos tiempos. Por ello, el fútbol, la tecnología, la macroindustria del
entretenimiento, entre otras y, por encima de todo, la sociedad de consumo de
la que estamos imbuidos, cumplen con este objetivo, convirtiéndose en el nuevo
opio del pueblo para garantizar la permanencia del sistema a pesar de las
penurias que genera.
El capitalismo pues, con
todo lo que supone y abarca, representa la primera materialización del concepto
de globalización que citábamos anteriormente, en este caso, identificado con su
versión económica. Y como tal modelo económico, siguiendo la tesis marxista que
defiende Marcuse, necesita de sus correspondientes abales que aseguren su
perpetuidad en el dominio y el poder que ejerce. Es por ello que la
globalización capitalista se manifiesta igualmente a través de otras dos
facetas, como decíamos: la política y la cultural o ideológica, que se han
convertido en nuestros días en uno de los mejores modos de superestructura,
dado su propio carácter globalizante o expansionista bajo la forma del
neoliberalismo y del pensamiento único, lo que se traduce en la imposición del
modelo occidental de vida y existencia, más que cuestionable, en todos sus
ámbitos y sobre todos los rincones del planeta.
Marcuse hace un análisis de
todos estos componentes que constituyen el mundo actual y en la citada
entrevista con el profesor Magee detalla la perspectiva desde la que lo
construye, atendiendo por una parte a las tesis marxistas, ya mencionadas, y
por otra, a las freudianas, en una acertada síntesis de ambas para alcanzar la
tan perseguida comprensión acerca del ser humano, del mundo que habita y de la
sociedad que hemos construido. Fruto de esta convergencia entre ambas
posiciones, que muchos califican de antagónicas, como el propio entrevistador,
y otros de tremendamente apropiada, surge la corriente que se ha dado en llamar
freudomarxismo, como el mismo Marcuse la denomina (8).
Los ya clásicos conceptos
estudiados por Freud en el ámbito del psicoanálisis acerca de la pulsión, la
represión, el instinto, el principio de placer, el principio de realidad, o el
simbolismo de Eros y Tanatos, entre otros, se insertan en los mecanismos de la
sociedad capitalista analizada por Marx y revisada por los trabajos de Marcuse.
Las teorías de Freud
intentan probar que el malestar interno que sufre el ser humano actual, así
como las enfermedades de tipo psicológico y emocional que padece como nunca
antes en su historia, viene dado por la inhibición y la represión constante de
sus instintos y deseos más primigenios, en favor de una construcción social y
cultural que exige nuestra sumisión ante la misma y una cada vez mayor
desconexión con la naturaleza de la que formamos parte. Si incluimos esta idea
que Freud desarrolla y prueba a través de sus investigaciones y de las sesiones
con sus pacientes, en el análisis que tanto Marx como posteriormente Marcuse
hacen de la sociedad capitalista, tal simbiosis cobra sentido dentro de los
parámetros de poder, dominio y control que rigen nuestro sistema, propiciando
un bucle de retroalimentación entre ambas situaciones. El capitalismo crea a un
determinado tipo de ser humano, el hombre unidimensional, cada vez más enfermo
por aquello que le exige en su adaptación al orden impuesto. Y al mismo tiempo,
el individuo que reprime aquello que es, que sucumbe ante los convencionalismos
establecidos, que permanece en su inexpresado y constante malestar en la
cultura, que se desvincula con asombrosa facilidad de su naturaleza, propicia
un modelo de sociedad como la capitalista, que requiere para su perpetuación,
de humanos dóciles, susceptibles de adoctrinamiento y enfermos por la angustia
vital que ocasiona nuestro mundo, arrebatándoles la consciencia crítica que se
enfrenta a él.
El capitalismo redefine el
freudiano principio de realidad como un principio de rendimiento del que se
abastece la minoría dominante bajo el señuelo del estado del bienestar. Marcuse
se basa especialmente, como decíamos, en el análisis de la sociedad
norteamericana, a la que define como totalitarismo dulce y sutil, donde la
libertad del individuo se reduce a su libertad como consumidor, a elegir entre
una variedad de productos estandarizados, lo que lleva a la integración en el
sistema de las propias fuerzas revolucionarias que pretendían derrocarlo.
Como decíamos anteriormente,
la sociedad de consumo exacerbado en la que habitamos, se ha convertido en el
mecanismo más arraigado y eficaz para controlar, dominar y perpetuar el
sistema, protegiéndolo de toda conciencia crítica ante el mismo. Así, la
superestructura de la que hablaba Marx cobra más sentido si cabe en nuestros
días, extendiendo todo su poder e influencia a las personas, las instituciones
y a la propia naturaleza. Desde el ámbito más propiamente filosófico, se trata
de la razón instrumental (9) sobre la que tanto teorizaron los miembros de la
escuela de Frankfurt, impregnada de ideología al servicio del orden
establecido.
Además del análisis de la
sociedad actual que hace Marcuse desde la Teoría Crítica, una de sus notas más
distintivas en la lucha por la transformación social es su insistencia en el
concepto de revolución y su convicción de que esa es la única vía para que
dicha transformación sea posible. El resto de sus compañeros frankfurtianos, en
un ejercicio de revisión de las tesis marxistas, habían abandonado ya la idea
de la revolución como punto de partida para una nueva sociedad justa,
solidaria, igualitaria y libre (10). Marcuse la reivindica según los viejos
términos marxistas, pero también revisa y matiza: el sujeto revolucionario solo
puede estar representado por los excluidos de esta sociedad, por los pobres,
por los colectivos oprimidos, por los pueblos colonizados, por los jóvenes, por
los intelectuales radicales, por las mujeres que deben recuperar los derechos
que les fueron arrebatados por el régimen patriarcal, y por todos aquellos
castigados por un sistema que proclama e impone por el mundo su peculiar
concepto de democracia.
No en vano, Marcuse termina
su célebre Hombre unidimensional con la cita de W. Benjamin que inspiró esta
idea:
"Solo gracias a
aquellos sin esperanza nos es dada la esperanza".
Esta tesis sobre la
revolución desde los sectores más oprimidos de la sociedad se conoce como
teoría del gran rechazo, por la que se pone de manifiesto que solo aquellos a
los que ya no convencen ni consuelan los mecanismos adormecedores empleados por
el sistema, son los que pueden sublevarse contra él, rechazando el modelo de
vida y existencia derivado del orden establecido en todo los ámbitos de la
realidad.
Y precisamente en este
punto, Marcuse destaca especialmente la labor de la mujer y del feminismo en
todas sus versiones como factor imprescindible para la transformación de la
sociedad. Feminismo, que en la década de los sesenta, tan beligerante desde el
punto de vista de la crítica, la toma de consciencia y la consecución de la
justicia social, comenzaba a asentarse definitivamente, hermanándose con otros
colectivos como el ecologista, el antibelicista o el sindical, cuyas posiciones
coinciden, entre otras cuestiones, en el rechazo al status quo imperante.
El capitalismo, tal como fue
concebido desde sus inicios, conduce inexorablemente a la perpetuación del
régimen patriarcal en el que vivimos insertos, pues ambos se rigen bajo los
mismos parámetros de dominio, control e imposición, implícitos en su propia
razón de ser. Los mecanismos empleados en dicha finalidad también coinciden en
ambas posiciones e ideologías, nutridas del miedo a alternativas factibles
transmitido a la ciudadanía; la ilusoria seguridad que reportan y que tanto
empeño han puesto en defender; las falsas necesidades creadas y la gran
sociedad de consumo y bienestar, que permite disipar cualquier síntoma de
malestar, pues mientras consumimos o deseamos consumir todo lo que el sistema
decide que necesitamos irremediablemente para ser feliz, quizá ya no recordemos
la opresión a la que sigue sometida la mujer en la actualidad, ni el sexismo
que seguimos padeciendo en todos los ámbitos, porque después de todo, podemos
votar, estudiar o trabajar; y puede que tampoco seamos ya conscientes de la
crisis brutal de los refugiados que atravesamos en nuestros días, ni del drama
de la inmigración , ni de cómo los gobiernos, supeditados a los intereses
económicos, ignoran la cuestión u ofrecen soluciones moralmente inaceptables
mientras la gente que huye del horror sigue muriendo delante de nuestras
costas; ni del más que inquietante ascenso del neofascismo en Occidente. Esta
es la razón de ser de la sociedad de consumo y del resto de mecanismos de
control. Más allá del poder económico y del enriquecimiento que reporta para
las grandes compañías el consumo exacerbado, se encuentran los motivos
ideológicos que subyacen en la esencia propia del modelo capitalista y del
patriarcal.
Marcuse se hace eco de este
análisis, considerando a un modelo de feminismo conectado con la lucha y la
justicia social, como un movimiento popular imprescindible para la auténtica
transformación de la sociedad.
Algunas feministas reputadas
como Silvia Federici, han profundizado en este vínculo existente entre ambas
ideologías, concluyendo, como adelantábamos anteriormente, que el sistema
capitalista es eminentemente patriarcal (11). Por ello, si abordamos la
cuestión feminista desde su perspectiva más filosófica y antropológica,
analizando el concepto histórico que define a grandes rasgos la situación de la
mujer en los últimos milenios, esto es, el patriarcado y toda la dominación, la
opresión, el dolor y las injusticias que ha traído consigo, entonces la lucha
contra este nos conduce irremediablemente a situarnos contra el modelo
económico, político y social que se encarga de perpetuarlo.
La última parte de la citada
entrevista a Marcuse se centra en la influencia que este ha ejercido y que
sigue haciéndolo en nuestros días, sobre la filosofía, el pensamiento crítico y
los movimientos sociales a los que ha dado lugar. Dentro del ámbito intelectual
se le recuerda, además de por sus importantes tesis filosóficas, por alentar
entre los estudiantes muchas de las protestas que desembocaron en el famoso
mayo del 68. Aunque él mismo atribuye dichos acontecimientos al desencanto
generado por el sistema constituido y su carga sobre los sectores más
desfavorecidos de la sociedad, lo cierto es que su influencia fue determinante para
la toma de conciencia de dicho malestar en la ciudadanía, para asentar el
concepto de la lógica de la dominación, como detalla en su célebre Hombre
unidimensional y para convertirse en referente de la izquierda en su constante
lucha por la emancipación humana.
La labor que Marcuse llevó a
cabo y el legado que nos proporcionó llega hasta nuestros días, pues resulta
imposible no percibir su sello en los primeros movimientos calificados de
antiglobalización (12) en las protestas de Seattle en 1999 (13) y que después
se extenderían al resto de Occidente; o en todas las plataformas civiles y
ciudadanas que han proliferado en la actualidad, reclamando los derechos
vitales que se le siguen negando o que les han sido arrebatados; o en todos
aquellos colectivos feministas, ecologistas o animalistas, que exigen la
libertad, el respeto y la dignidad que nos es propia y que seguimos demandando;
o en la izquierda del siglo XXI, que a pesar de los viejos fragmentos que aún
la componen, ahora es más consciente del mundo en el que vive, de su
funcionamiento, de su lógica del dominio y del concepto tan superficial de
democracia que instauraron, haciéndonos creer que era suficiente.
Esta nueva era de la toma de
conciencia y de la crítica se inicia con la llamada por Ricoeur Filosofía de la
sospecha, cuyos integrantes, Marx, Nietzsche y Freud, cuestionaron el orden
establecido en el ámbito de la filosofía, de la sociedad, de la moral, de la
política o de la razón humana, entre otras cuestiones, e inauguraron una nueva
etapa, no solo para la historia del pensamiento filosófico, sino para el propio
ser humano, que aunque lentamente, comienza a despertar del sueño dogmático
(14) en el que el sistema lo había sumido.
Marx nos muestra al sistema
capitalista al desnudo, con todas las consecuencias que este trae consigo;
Nietzsche hace lo propio en el ámbito de la filosofía occidental y del tipo de
moral impuesto por esta y por la tradición judeocristiana; y Freud desarticula
los todopoderosos conceptos de sujeto y consciencia, imperantes desde la
Modernidad filosófica e histórica, introduciendo la noción de inconsciente como
referente último de toda acción y sentir humanos, desmontando las concepciones
tradicionales al respecto.
Esta labor crítica ha sido
determinante para iniciar un nuevo rumbo en la historia del pensamiento y las
ideas, puesto que desde la célebre Tesis XI sobre Feuerbach (15), que definía
la actitud y pretensión de Marx a este respecto, la filosofía deja de ser
exclusivamente una actividad académica e intelectual, reservada solo a unos
cuantos privilegiados, para convertirse en auténtica praxis y signo de lucha,
cambio y transformación por los conocimientos históricos y prácticos que nos
proporciona y la toma de consciencia hacia la que estos nos dirigen. La filosofía
crítica pues, se torna un arma peligrosa contra el orden establecido,
erigiéndose como una de las herramientas fundamentales para aquellos que
intentan revertirlo (16).
Marcuse, junto con el resto
de miembros de la Escuela de Frankfurt, es heredero de esta concepción
filosófica fundamental para las generaciones presentes y futuras y para su
conocimiento y consciencia sobre el mundo que les rodea, desembocando, a partir
de estos fundamentos filosóficos, en corrientes, ideas o movimientos no
adscritos necesariamente a la filosofía, pero se nutren de sus análisis y
posicionamientos críticos. Es el caso del activismo social y político que
desarrollan escritores, intelecuales, periodistas o historiadores como Naomi
Klein, Ignacio Ramonet, James Petras, Michael Albert, Heinz Dieterich o Noam
Chomsky, entre muchos otros y otras, además de las cada vez más abundantes
plataformas ciudadanas, asambleas vecinales, múltiples voces y movimientos
civiles, desencantados e indignados por un sistema que nos destruye bajo una
apariencia de bienestar, y que a pesar de ello, no desisten en su lucha por la
consecución de un mundo verdaderamente justo.
Este es uno de los más
importantes legados de Marcuse en nuestros días, cuya voz subyace en cada
protesta e inspira cada discurso pronunciado desde la más pura épica de la
lucha de los pueblos y de la gente que los integran, en su anhelo por conseguir
la vida libre y digna que queremos para todos.
Patricia Terino
Notas:
1. Los historiadores de la filosofía distinguen claramente dos generaciones dentro de la Escuela, correspondiéndose también con dos espíritus diferenciados en cuanto a las propuestas, los contenidos y el análisis y concepción de la realidad. Marcuse se ubica dentro de una primera etapa más combativa y consciente de los peligros que se ciernen sobre el ser humano en un mundo como el que hemos construido. El miembro más destacado de la segunda generación de este grupo es Habermas, cuyo discurso, claramente más aplacado que el de sus predecesores, aunque incómodo para el poder establecido por la etiqueta que representa, encaja más fácilmente en el orden hegemónico de las llamadas sociedades democráticas actuales.
2. Después de la implantación de los regímenes totalitarios inspirados en el marxismo que se desarrollaron en el S. XX, los miembros de la Escuela de Frankfurt llevan a cabo una revisión de las ideas de Marx en algunos ámbitos concretos de estudio. Marcuse, a diferencia de otros miembros de la Escuela, no abandona nunca el concepto de revolución como requisito indispensable para la transformación social, pero sí modifica su referente ejecutor, que deja de ser el Partido Comunista, elemento corruptor de las tesis de Marx en las dictaduras surgidas bajo dicho signo, para pasar a ser la propia ciudadanía y su conciencia social, auténtica clave de la revolución, apuntando a una posición mucho mas cercana a la realidad actual y al análisis que de ella hace el activismo social y político en nuestros días.
3. H. Marcuse, El hombre unidimensional, Ariel, Barcelona, 2008.
4. Marcuse se centra la sociedad norteamericana porque es allí donde desarrolla su trabajo y su actividad desde que se vio obligado a exiliarse tras la subida de Hitler al poder.
5. Muchos historiadores y filósofos como el propio Marcuse, insisten en la necesidad de distinguir entre la figura de Marx y las tesis de las que sabemos con total seguridad que este defendió, y el llamado marxismo o doctrina marxista, de la que se considera que muchos de los principios de la filosofía adoptada por Marx fueron corrompidos y desvirtuados, dadas las desastrosas consecuencias que trajo consigo su intento de implantación a través de los totalitarismos comunistas sobre los que se materializaron ideas que ni siquiera el propio Marx planteó.
6. El término economía es bastante reciente en la totalidad de nuestra historia pero el significado que entraña nos acompañada desde nuestros orígenes. Con el concepto de economía o modelo económico Marx se refiere a un determinado modo de sustento, de proveerse de todo lo necesario para subsistir. Por lo que siguiendo con el razonamiento marxista, el modelo de sustento adoptado (caza, recolección, trueque, esclavismo, sistema feudal o trabajo asalariado) generará un determinado tipo de sociedad.
7. Algunos de los frankfurtianos más beligerantes en este asunto fueron Adorno y Benjamin, quienes reclaman, en el caso del primero, un arte del impacto, que rompa con la simple contemplación entretenida del espectador y devuelva su autonomía a la obra y la conciencia a quien la observa. Y en el caso de Bejamin, este aboga por la recuperación del aura que le ha sido arrebatada al arte al quedar sometido a las leyes de la oferta y la demanda que imperan en nuestro régimen económico.
8. Esta tendencia se aprecia más claramente en obras de Marcuse como El hombre unidimensional, Psicoanálisis y política o Eros y civilización.
9. El concepto de razón instrumental es uno de los más propios y recurrentes para los miembros de la Escuela de Frankfurt, quienes lo remontan a la conocida razón ilustrada, de la emerge al ser desenmascarada y descubrir todas sus implicaciones.
10. Para las concepciones marxistas tradicionales el sujeto revolucionario se sitúa en el Parido Comunista, que integrando al proletariado, es el encargado de llevar a cabo la transformación de la sociedad. Los frankfurtianos rechazan esta idea, entre otras razones, por la gestión realizada por los diferentes partidos comunistas en los países en los que triunfó la revolución en nombre de los ideales marxistas.
11. A este respecto, goza de especial interés la obra de S. Federici Calibán y la bruja, donde analiza la historia y situación de la mujer durante la Edad Media, la Edad Moderna, con la caza de brujas que esta lleva a cabo, y la irrupción del sistema capitalista, con las repercusiones que este trae consigo para la mujer y su lucha por la igualdad y la dignidad.
12. Algunos activistas o intelectuales, como Noam Chomsky, adscritos a este movimiento, matizan el término que el propio sistema ha designado para identificarlos, utilizando el prefijo anti de manera pretenciosa para exaltar una cualidad negativa. Los antiglobalización explican que se posicionan contra la globalización capitalista en todos los ámbitos que esta abarca tal y como se nos ha impuesto, y en su lugar, abogan por una globalización de la auténtica libertad, de la cultura y de los recursos.
13. Se trata de una serie de manifestaciones que tuvieron lugar entre el 29 de noviembre y el 3 de diciembre de 1999 en Seattle contra la cumbre que celebraba la Organización Mundial del Comercio en dicha ciudad durante estos días, congregando a activistas de diversos sectores.
14. Se trata de la célebre expresión que utiliza Kant para referirse a las consecuencias que trajo para su pensamiento la lectura de las obras de Hume, conduciéndole hacia las tesis que desarrollaría en su Crítica de la razón pura y al idealismo trascendental en el que estas se insertan.
15. "Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo". Tesis sobre Feuerbach, escrito por Marx en 1845 y publicado por Engels en 1888.
16. No en vano, asistimos en nuestros días a la considerable reducción de la materia de filosofía en el sistema educativo de nuestro país, propiciada especialmente por los gobiernos conservadores, que ven peligrar su dominio sobre la ciudadanía si esta se compone de individuos críticos, concienciados, bien formados y capaces de enfrentarse, con argumentos fundamentados y bien conducidos, al sistema imperante.
Fuente: La Esfera Gris
Por Patricia Terino
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