1543 es
el año en el que, para el antropólogo francés David Le Breton, surgió la visión
separatista entre hombre y cuerpo en la cultura occidental. Las primeras
disecciones de anatomistas como Vesalio dieron origen al “dualismo
contemporáneo” que comenzó a vislumbrar al cuerpo como una posesión arbitraria
del hombre completamente despagada del ser. La dualidad que ha prevalecido como
símbolo, representación y existencia del cuerpo en la cotidianeidad humana.
Antroplogía del cuerpo y modernidad da cuenta, desde un estudio
antropológico y sociológico, de esa escisión originada por la ciencia
renacentista que desapegó al cuerpo “orgánico” del ser y lo convirtió en un
objeto de estudio divisible, diseminado y desarticulado. Visión que se
profundizó con la filosofía cartesiana que colocó al cuerpo como un instrumento
del pensamiento y a las pasiones humanas como un efecto de la maquinaria de ese
cuerpo transgredido por ciertos “espíritus animales”. Para Le Bretón este
movimiento, que buscó reducir el conjunto de los movimientos del hombre o “las
turbulencias de la condición humana a un conjunto de leyes objetivas con
recurrencias previsibles, toma fuerza en el siglo XVII y nunca, en adelante,
deja de ejercer su influencia”. Ante esto, la naturaleza se convirtió en un
signo, un espacio en el que sólo se suscribe la existencia del hombre como algo
alejado, negado de sí mismo. La naturaleza contemporánea es delimitada por la
ciencia, construida por las urbes, reducida por las masas; es un sistema que
conserva una pureza siempre susceptible a la tecnología.
El hombre
de la modernidad fue reducido en espacio y tiempo. Confinado a vivir en
condiciones de hacinamiento, predestinado a roles laborales inapelables,
inmerso en la rutina y en la prisa no puede más que concebir a su propio cuerpo
como un límite que le impide la realización de los objetivos y las necesidades
que se plantea mentalmente. El cuerpo es, para el hombre contemporáneo, un
obstáculo del pensamiento. “La lucha por la supervivencia que se renueva cada
día implica, en primer término una lucha contra el propio cuerpo. Más que la
dualidad, experiencia finalmente familiar, la conciencia del hombre en una situación
carcelaria o de campo de concentración llega, a veces, a un verdadero
dualismo”, explica Le Breton.
Así, cada
individuo proyecta sobre su cuerpo un saber compuesto, describe, semejante a un
traje de Arlequín: “un saber hecho de zonas sombrías, imprecisiones, de
confusiones”. Cada hombre construye una visión personal del cuerpo que arma y
desarma sin preocuparse por las contradicciones implícitas que les ofrece el
mundo y que toman arbitrariamente: medicina tradicional, medicina alópata,
yoga, budismo, psicoanálisis. Elementos todos, siempre disponibles para
cualquier corrupción que se deslice con fluidez ante los gestos socialmente
admitidos.
El cuerpo
contemporáneo se erige también como un espacio de doble resistencia, en el que
por un lado se hace oposición al vértigo que producen la intemperie y el
contacto con el otro, y por otro lado la resistencia casi “esquizofrénica”
contra sí mismo que lo obliga, como explica el antropólogo francés, a ser “una
parte maldita de la condición humana” que debe ser remodelada, reciclada e
inmaterializada por la técnica y la ciencia para librar a la humanidad de su
“molesto” arraigo carnal. Arraigo que comienza a desdeñarse con la llegada del
siglo XXI, incluso, en la maternidad, que hoy ha sido tomada bajo el control
médico y social.
La
versión moderna del dualismo opone el hombre al cuerpo y no, como sucedía
antes, el alma o el pensamiento a un cuerpo. Entonces cuando se asume la
velación de lo carnal, el placer y el dolor quedan asumidos como un
significante de rechazo a todo lo que implica la materialidad corpórea. Son el
síntoma de un cuerpo sublevado que se instaura en los límites de la
inconciencia, de la memoria y de la transgresión intervenida, además, por el
avance científico y tecnológico que incrementan la frustración del individuo al
mostrarlo como humano susceptible a la enfermedad, a la fealdad, a la
esterilidad, a la vejez y a la muerte.
El cuerpo en la modernidad occidental es un
bosquejo sobre el que ensayan y se erigen la ciencia, la sociedad y la ideología.
Es el objeto-producto erigido por las sociedades capitalistas incapaces de
entender, lo que en Antropología del cuerpo y
modernidad se afirma; que “el cuerpo no es aislable del hombre
o del mundo: es el hombre”.
David Le Breton. Antropología del cuerpo y modernidad. Buenos Aires: Nueva Visión, 2002.
Ana Karla Romeu
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